12 Sospecha y tensión.
La puerta se cerró con un estruendo que hizo eco en toda la habitación.
Eryn, arrojado sin piedad a las cámaras, casi perdió el equilibrio. Se sostuvo de la cama del príncipe y, sin pensarlo, aferró las sábanas para cubrir su cuerpo desnudo.
Levantó la mirada… y se encontró con esos ojos verdes, fríos como el acero, fijos en él. Había enojo. Repulsión.
Sintió un nudo en el estómago. Bajó la cabeza, sintiéndose avergonzado y con miedo. No sabía qué pasaba por la mente de Evdenor, pero estaba seguro de algo: nada bueno le esperaba.
Su cuerpo temblaba. Hirviente por dentro y por fuera. El rostro encendido. Esa necesidad de contacto físico seguía ahí, creciendo, ahora acompañada de un punzante dolor en el vientre bajo.
—Pero qué mierda, Eryn… —escupió el rubio con desprecio—. ¿Por qué permites que ese imbécil te toque así? Eres un sucio… y encima lo haces frente a una dama. Una dama que, aunque esté inconsciente, merece respeto. ¿Eres idiota o qué?
La voz retumbó en la habitación. Eryn ap