Sareth abrió los ojos lentamente, y la primera sensación que la golpeó no fue la confusión, sino un frío penetrante que se colaba por su piel. Parpadeó varias veces, intentando enfocar, y entonces lo vio: un espacio amplio, casi celestial en su arquitectura, pero con un aire que helaba la sangre. Las paredes eran de un blanco perlado, resplandeciente, pero la luz parecía viva, como si observase cada movimiento, cada respiración.
Columnas altas se alzaban a ambos lados, rematadas por figuras angelicales que parecían flotar entre el mármol y la luz, con alas extendidas, bellas, perfectas… y al mismo tiempo amenazantes. Sus rostros eran inexpresivos, pero había algo en sus ojos que no debía ser mirado de frente. Cada estatua parecía susurrarle secretos que su mente no quería descifrar.
Sareth se incorporó lentamente, apoyándose en sus manos. Sus brazos temblaban. No recordaba haber sido golpeada… pero su cuerpo le dolía de maneras que no podía explicar. Su vestido estaba arrugado, maltra