Capítulo 42

El silencio en la sala se quebró con un sonido suave, como el roce de alas arrastrando aire. La luz cambió de tono; el dorado se volvió más intenso, casi líquido, y las sombras parecieron apartarse para abrirle paso.

Castiel apareció caminando entre las columnas, con la calma de quien no teme nada. No hizo falta anunciarlo; su sola presencia bastaba para llenar el espacio. Su andar era sereno, preciso, cada paso un recordatorio de que ese lugar le pertenecía.

Sareth lo observó en silencio. Sus ojos no parpadearon, su cuerpo no retrocedió ni un centímetro. Sabía quién era y lo que representaba.

—Por fin despiertas —dijo él, con una voz tan grave como el eco de un trueno—.

Sareth no respondió. Lo siguió con la mirada, mientras él avanzaba hasta quedar frente a ella. La luz lo bañaba desde atrás, dibujando un contorno casi divino. Si un ángel y un demonio hubieran decidido encarnarse en la misma criatura, el resultado sería él.

—Te he estado esperando, Sareth —continuó, su tono suave, ca
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