El sol estaba alto, quemando suavemente el horizonte, cuando Kael recorrió los pasillos del castillo con una determinación que pocos habían visto en él. Su mirada estaba fija en un solo objetivo: encontrar a Sareth. La mañana había comenzado con la rutina del castillo y la presencia constante de Myra, pero todo eso parecía desvanecerse frente a la urgencia de lo que sentía. No podía esperar más. No quería esperar más.
Al encontrarla en la biblioteca, sumida en pergaminos y mapas antiguos, Kael se detuvo un instante. La vio allí, concentrada, sin notar siquiera su presencia, y algo en su interior se tensó. La línea de sus labios, la curva de su mandíbula, el modo en que sus dedos acariciaban el pergamino… Todo parecía diseñado para atraparlo.
—Sareth —dijo finalmente, su voz grave rompiendo la quietud de la habitación.
Ella levantó la mirada, sorprendida, y por un instante, el mundo pareció detenerse. Kael estaba allí, delante de ella, y la intensidad de su presencia llenaba la sala.
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