La mañana llegó de golpe, sin ceremonias. Sareth aún se sentaba en la orilla de la cama con la bata medio abierta como quien intenta aferrarse a un sueño que acaba de desvanecerse. La cita de anoche parecía un espejismo: Kael había hablado con una sinceridad que no encajaba con la roca que él acostumbraba ser, y el beso… ese beso que prometía más pero que a la vez había marcado un límite claro. La mezcla de intimidad y control le daba vueltas en la cabeza y, a ratos, la dejaba mareada.
Un golpe en la puerta la devolvió a la realidad. Eris entró como un vendaval, con los ojos brillantes y la voz demasiado alta para la calma habitual del castillo.
—Supe que alguien anoche tuvo una cita —dijo, sin esperar respuesta—. Siempre supe que Kael acabaría a tus pies, desde ese día que desapareciste con aquella bruja. Él no es el mismo.
Sareth sonrió a medias, todavía sorprendida de que todo hubiera pasado realmente.
—Yo tampoco lo pensé. Simplemente sucedió. Aún no lo creo del todo. Pero no hab