A la mañana siguiente, apenas el sol asomaba sus primeros rayos sobre el bosque, Aren, Lior y los demás guerreros que habían venido en busca del rebelde comenzaron a levantar el campamento. El humo tenue de las últimas brasas se mezclaba con la bruma matinal, envolviendo a la manada en un aire de despedida inevitable.
Sareth observaba en silencio, con los brazos cruzados y el gesto serio. Maia y Elora estaban a punto de partir hacia su nuevo hogar, y aunque había una calma aparente en aquel momento, en su interior había una sensación que no sabía definir: un nudo entre tristeza, desconfianza y esa inquietud constante que la acompañaba desde que aquel ser los había atacado en el bosque.
—Prometo que volveré a verlas pronto —dijo Sareth, rompiendo por fin el silencio entre ellas, su voz grave cargada de una sinceridad que no siempre se permitía mostrar—. Y si alguna vez me necesitan… no duden en buscarme.
Maia, conteniendo las lágrimas, la abrazó con fuerza.
—No me cabe duda de que esta