Sareth caminaba sola entre los árboles, disfrutando de un raro momento de calma. El bosque estaba demasiado silencioso, inquietantemente silencioso. La brisa nocturna agitaba las ramas, pero debajo de ese murmullo había algo más, algo que le erizaba la piel. No era un animal cualquiera, no era un lobo curioso. Era una presencia conocida, peligrosa.
—Sal ya, ángel —dijo con voz cargada de hostilidad—. No tienes por qué esconderte.
Durante un segundo no hubo respuesta. Luego, una figura emergió de las sombras con la misma naturalidad con la que otros respiran. Kael apareció, con su porte imponente y esa mirada intensa que parecía atravesarlo todo.
—No esperaba menos de ti —respondió él, con calma.
Sareth arqueó una ceja y se cruzó de brazos.
—¿Así que ahora te dedicas a espiar en la oscuridad? Interesante pasatiempo para alguien como tú.
—Te estaba observando —contestó él sin rodeos.
—Eso ya lo noté, gracias. La pregunta es: ¿por qué? ¿No confías en mí… o disfrutas acechar como un cazad