Leo siempre había vivido en los márgenes.

No era algo que pudiera explicar con una sola escena o un solo recuerdo; era una acumulación lenta, persistente, de detalles que nunca encajaban del todo.

Miradas que se detenían un segundo menos en él. Instrucciones formuladas de manera ambigua. Castigos que se justificaban como cuidado.

Permisos que parecían concesiones accidentales, no derechos.

Durante años creyó que eso era normal, que en toda familia había uno que sobraba un poco.

Ahora, mientras observaba las capas internas de los sistemas secundarios del Consejo desplegarse ante él como una anatomía abierta, entendía la verdad con una claridad incómoda: no había sido un error. Nunca lo fue.

Había sido una variable prescindible.

El acceso que había logrado no era completo, pero no lo necesitaba. Leo no pensaba como el Consejo, ni como el sistema Alfa. No buscaba control absoluto ni coherencia perfecta. Buscaba puntos de fricción. Retrasos.

Lugares donde el sistema, confiado en su propia