Nos Encontraron.
Los golpes en la puerta se repitieron, más fuertes, más apremiantes. Isela contuvo la respiración, sintiendo cómo cada impacto hacía vibrar no solo la madera, sino también su pecho. El corazón se le aceleró de manera descontrolada, como si buscara escapar de su cuerpo.
—¿Quién…? —su voz salió rota, apenas audible.
El silencio que siguió fue peor que los golpes. Afuera, la lluvia golpeaba con furia, y el viento colaba un silbido inquietante por la ventana entreabierta. Isela tragó saliva, incapaz de decidir si debía acercarse o esconderse.
El maullido repentino de Rufián la sacó del trance. El gato se erizó, con las orejas tiesas, mirando hacia la puerta con una tensión que jamás había mostrado antes.
Un nuevo golpe, más violento, la hizo retroceder un paso.
—¡Isela! —una voz masculina, ahogada por la tormenta, llegó desde el otro lado.
Ella se paralizó. Conocía esa voz. Damian.
Corrió hacia la puerta, pero se detuvo justo antes de abrir. Algo no encajaba. ¿Por qué estaba allí, en plena