Lo que Nadie Quiere Decir.
La sala principal del Consejo nunca había estado tan llena y, aun así, el aire se sentía hueco. La tensión lo devoraba todo.
Normalmente, los doce asientos circulares proyectaban una sensación de orden, de autoridad. Ese día, solo generaban incomodidad. Todos hablaban en voz baja, todos evitaban mirarse demasiado tiempo, todos parecían esperar que alguien más cometiera el error primero.
Las luces blancas vibraban ligeramente, pero no por un fallo eléctrico: era el ambiente, cargado de energía emocional reprimida.
El Consejo no estaba acostumbrado a los fracasos, mucho menos a fracasos que implicaran pérdidas humanas.
La puerta se cerró de golpe y entonces entraron ellos: los padres de Isela.
Ambos con el rostro endurecido, caminando hacia sus asientos asignados sin mirar a nadie. No saludaron, no hicieron contacto visual, no agradecieron la presencia de ningún superior. Se sentaron como quien se sienta frente a un enemigo.
La Sala quedó en silencio.
Hasta que habló la presidenta del C