Leo Rompe el Sistema.
El colapso no comenzó con una explosión, comenzó con una corrección.
Una línea de código que no debía ejecutarse, una prioridad reasignada fuera de protocolo, una decisión tomada sin consenso.
Leo siempre había creído que los grandes quiebres nacían del caos, pero la verdad era más incómoda: los sistemas no se rompen cuando nadie decide, sino cuando alguien decide demasiado.
Leo estaba solo en su núcleo operativo cuando lo hizo.
Las pantallas lo rodeaban como un coro silencioso. Simulaciones abiertas, rutas superpuestas, probabilidades en caída libre. El punto ciego ya no respondía a los márgenes que él conocía. Se había vuelto esquivo, impredecible, casi insolente.
—No —murmuró Leo, acercándose más a la interfaz—. Esto no es correcto.
Reejecutó la simulación.
Falló.
La volvió a ejecutar.
Falló de otra manera.
El sudor le corría por la sien. Sus manos temblaban, pero no por cansancio: era rabia contenida, miedo intelectual, la sensación insoportable de estar perdiendo algo que siempre