La Sacudida.
La noche había caído sobre el edificio del Consejo como una sábana espesa, sin estrellas, sin luna. Las torres que lo rodeaban se alzaban como dientes negros contra el cielo, y el viento que corría entre los ventanales parecía susurrar cosas que nadie quería escuchar.
Dentro, los pasillos estaban casi vacíos. Las luces funcionaban a medias: algunas parpadeaban, otras se encendían con un zumbido que raspaba los oídos.
El sistema eléctrico llevaba días comportándose de forma errática desde la fuga de Isela y Cayden, pero todos fingían que era una coincidencia. Nadie quería admitir que incluso el edificio parecía reaccionar a su ausencia.
Los miembros del Consejo caminaban de un lado a otro, murmurando, intercambiando carpetas, órdenes, amenazas. No había descanso; no había pausa. Todos estaban tensos, como si la estructura pudiera colapsar con un suspiro.
El Dr. Vaylen, uno de los más antiguos del Consejo, cabello gris, mirada de serpiente, se detuvo frente a un ventanal. Desde ahí, pod