El Hijo Perdido.
Helena no siempre había sido una mujer rota. Antes de que las sombras del Consejo se pegaran a sus costillas como un segundo esqueleto, había sido solo una científica brillante, una joven cuya inteligencia hacía que los pasillos se acomodaran a su paso.
Adrian solía mirarla como si el mundo hubiera empezado el día en que ella decidió amarlo. No tenían miedo, no en aquel momento. La palabra ni siquiera existía en su vocabulario cotidiano.
Todo cambió con un llanto.
No un llanto triste, ni de dolor. Era el llanto pequeño, redondo y vibrante de un bebé que acababa de nacer. Su bebé. Su primer hijo. El laboratorio destinado a convertirse en criadero estaba tibio, lleno de luces bajas y monitores silenciosos que registraban señales perfectas.
El Consejo había asignado ese espacio como “zona de observación biológica”, pero para Helena era un hogar improvisado, para Adrian, un nuevo mundo.
El niño era hermoso de una manera difícil de describir: ojos grises que parecían demasiado atentos para