El Espiral de Leo.
El laboratorio estaba en silencio, pero un silencio que gritaba. Cada zumbido, cada pitido de los sistemas fallidos, cada parpadeo irregular de las luces fluorescentes parecía resonar en la cabeza de Leo como un recordatorio constante de su fracaso y de su necesidad de control.
La habitación estaba repleta de pantallas, terminales y cables que serpenteaban por el suelo como raíces metálicas. Cada equipo vibraba suavemente, como si respirara, como si el espacio mismo estuviera consciente de su presencia, y él se preguntaba si las máquinas lo juzgaban.
Leo estaba de pie frente a una pantalla central, sus ojos fijos en los datos que se desplazaban a velocidad imposible de seguir.
El punto ciego, esa expansión caótica de información y de mundos que debía controlar, estaba cambiando de manera impredecible. Cada simulación que ejecutaba se encontraba con anomalías que no había previsto.
La sensación de perder control le produjo un escalofrío que recorrió todo su cuerpo.
—No puede ser… —murm