Cruzando Limites.

El primer hilo de luz se filtró por las cortinas, una línea tenue que desdibujaba la penumbra del departamento. El reloj marcaba las seis y cuarto de la mañana. El aire estaba cargado: olía a café frío, a madera mojada, a algo eléctrico que todavía no se disipaba, como si la noche entera hubiera quedado suspendida en las paredes.

Isela abrió los ojos sin saber en qué momento se había quedado dormida. El sofá crujió levemente cuando se movió. Estaba envuelta en una manta, con el corazón latiendo demasiado rápido para la quietud de la escena. Durante unos segundos no supo dónde estaba, hasta que el recuerdo la golpeó.

Lo primero que vio fue la silueta de Damian. De pie junto a la ventana, su espalda era recta, casi militar. No parecía cansado. Parecía vigilante. Los primeros rayos del amanecer recortaban su figura y dibujaban un contorno de luz fría alrededor de su cabello oscuro. Estaba ahí, como un centinela.

La memoria de la noche anterior le llegó de golpe: la invitación inesperada,
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