Me desperté envuelta en el mismo silencio que había sentido al cerrar la puerta detrás de mí la noche anterior. Mi apartamento estaba bañado por una luz grisácea que se colaba a través de las persianas, como si el día no tuviera la intención de ser del todo claro. Me quedé unos minutos en la cama, mirando el techo, con el eco de la reunión con el abogado aún latente en mi mente. Samuel seguía con su discurso de protegerme, pero sus ojos escondían otra verdad. Una que llevaba años enterrando junto con el nombre de mi madre.
Me levanté lentamente, sentí el crujido leve de las maderas del suelo bajo mis pies desnudos. El aire era denso. Me dirigí a la cocina y preparé un café, necesitaba claridad. Apenas probé el primer sorbo, mi teléfono vibró sobre la encimera. —¿Señorita Soler? —La voz del detective Lucas Martini sonó firme, pero con una urgencia contenida—. Tengo novedades sobre Gregorio Lanza. Me incorporé, dejando la taza a un lado sin