7. Bajo la misma lluvia

El ascensor se detuvo en el lobby con un suspiro metálico. Fran no se movió. Tampoco yo. Afuera, el ruido de la ciudad nos llamaba, pero dentro de ese espacio reducido, el aire era distinto… más espeso, como si supiera que estábamos a punto de decir algo que no debía decirse.

Él bajó la mirada primero.

—Nos vemos mañana —dijo, y su voz sonó más baja de lo normal.

Asentí, sin confiar en que las palabras no me traicionaran. Caminamos hacia la salida. La puerta giratoria lanzó un gemido leve cuando pasamos. La noche olía a metal y a pan recién hecho de alguna panadería abierta. Mi pequeño lobito se removió en mi bolso, inquieto.

—¿Vas en bus? —preguntó Fran.

Negué.

—Camino un poco. Me ayuda a ordenar la cabeza.

Asintió, y por un segundo pareció querer ofrecerse a acompañarme… pero no lo hizo. Y yo, que estaba deseando que lo hiciera, también callé.

La ciudad estaba mojada, pero la lluvia había cesado. Los charcos reflejaban los faroles como si fueran estrellas caídas. Caminé unos metros
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