El aliento se le quedó atascado en el pecho. La vista de Ahmed, tan pulcro y sonriente, preparando la mesa con velas y flores, mientras ella yacía en pánico absoluto, era una imagen que nunca se borraría. No era la amenaza de un matón; era la perversión de un demente que buscaba amor a través del secuestro.
Ahmed se acercó a ella, sus ojos brillando con una excitación infantil que resultaba escalofriante.
—Mi amor, te ves tan pálida. El viaje fue largo, pero ya estamos en casa. En nuestra casa —dijo, la propiedad sobre el adjetivo posesivo haciendo que a Senay se le erizara el vello de la nuca. Le ofreció una mano.
Senay se deja guiar por Ahmed. No había otra opción. El miedo era un cable pelado, pero la necesidad de vivir era una descarga eléctrica más fuerte. Se levantó, dejando que el cuerpo se moviera con rigidez controlada. Su mente comenzó a trabajar a una velocidad vertiginosa, analizando cada movimiento de su captor, cada mueca, cada detalle de la habitación.
Su primer objetiv