Senay y Horus pasaron la noche juntos. La casa de la playa, la misma que había sido testigo de su primer beso lleno de necesidad, se convirtió en el escenario de una reconciliación profunda y apasionada. Dejaron ir sus pasiones, no como esposos obligados por un contrato, sino como dos almas que se habían encontrado en medio de la tormenta y que ahora se aferraban a la promesa de un futuro juntos. La noche no fue solo de deseo, sino de susurros, de promesas a media luz y de la certeza de que su amor, nacido del caos, era lo más real que ambos tenían. Por primera vez en semanas, Senay durmió profundamente, sintiéndose completamente segura en los brazos de Horus.
Cuando el sol comenzó a asomarse sobre el Pacífico, pintando el agua con tonos rosados y dorados, se despertaron. El ambiente era de una calidez reconfortante. Horus se levantó primero, cubriendo a Senay con una manta ligera antes de ir a prepararle un café. Ella se sentó en la cama, viendo las olas romper. Ya no era la mujer te