La noche no trajo descanso. Violeta se despertó sudando frío, con la sensación de que alguien había estado observándola mientras dormía. Desde que había bebido el Juramento Ámbar, su cuerpo reaccionaba distinto a los susurros de la magia: los sonidos eran más agudos, las miradas más pesadas, y los pensamientos más difíciles de ocultar, incluso de sí misma.
No tardó en llegar el mensaje.
Un sobre de terciopelo negro apareció en su escritorio antes del amanecer. Dentro, un solo nombre.
Altair.
El hombre que la había protegido. Que la había ayudado a infiltrarse. Que sabía más que nadie… y que ahora debía ser entregado.
La orden no dejaba lugar a interpretaciones: "El equilibrio debe mantenerse. La lealtad, purificarse. Entréganos al traidor oculto. Tú elegiste ser una de nosotros. Ahora escoge el precio."
Violeta sintió un vértigo tan fuerte que tuvo que sentarse. Cerró los ojos y respiró hondo, pero el nombre seguía flotando ante ella como un cuchillo suspendido.
A media mañana, Leonar