La mañana siguiente no trajo luz, sino un cielo gris y silencioso que parecía pesar sobre el castillo de Theros como una manta húmeda de plomo. El rumor se esparció primero entre los sirvientes: Lord Esthian de Braventon había desaparecido sin dejar rastro. Su habitación intacta, su cama tendida, sus botas a los pies del armario. Nada más. Como si se hubiera desvanecido.
Leonard fue informado durante el desayuno. Soltó la copa con lentitud y se llevó una mano al mentón.
—¿Desaparecido? ¿Sin testigos? —preguntó, mirando al capitán de la guardia.
—No hay señal alguna. Ni huellas en los corredores. Las cámaras de seguridad mágica no muestran movimiento desde las últimas horas de la noche.
Violeta fingió sorpresa. Aunque la noticia la golpeó, no mostró nada en su rostro. Solo asintió con lentitud mientras su mente reconstruía el rompecabezas. La tercera casilla. El que desaparecería.
Poco después, llegaron los heraldos con una proclama del Consejo de Nobles. Lady Arabella Devereux, acusad