El eco de la declaración del príncipe aún vibraba en los muros del castillo. La mañana después del Consejo, Violeta despertó sin haber dormido realmente. Su cuerpo descansaba, pero su mente seguía alerta, enredada en un mar de preguntas. Las palabras de Leonard, tan firmes y luminosas en público, le habían abierto una grieta en el pecho, una mezcla de gratitud y terror.
Se levantó despacio, con la carta en la mano. Aquella nota anónima que mencionaba el apellido Thorne había sido colocada entre sus documentos personales, en el cajón donde guardaba los papeles más sensibles. Era una amenaza, sí, pero también una advertencia. Quien la había escrito no solo conocía su historia, sino que también tenía acceso a sus habitaciones. Y eso era aún más peligroso.
Después de vestirse con una túnica sencilla color perla, bajó hacia los archivos del ala este. El bibliotecario, un hombre encorvado y de vista aguda, la saludó con una leve reverencia.
—Lady Lancaster. ¿Desea revisar algún documento en