La noche cayó sin voz sobre el reino. En la alcoba iluminada por una sola vela, Emma despertó sobresaltada, con el corazón a mil, el pulso retumbando como tambores lejanos. Sudaba frío y su boca tenía sabor a desesperanza. Había soñado con un pasillo de piedra, antorchas oscilando al viento y una daga que brillaba con una intencionalidad mortal. Sintió el filo atravesarle la espalda y luego… silencio. Violeta había caído de rodillas sobre el mármol, susurrando su nombre. Pero en el sueño… no había salvación.
Se incorporó en la cama, con las manos temblando, y trató de recomponerse. No eran apenas pesadillas: eran visiones de un mundo que había prometido no existir. Pero existía. Violeta existía dentro del libro. Y ese capítulo… esa muerte escrita… todavía la perseguía, incluso en sueños.
Emma se llevó una mano al pecho, intentando detener la punzada que la quemaba por dentro. ¿Cuántos sueños más tendría que soportar antes de que el velo de la ficción la atrapara por completo? ¿Cuántas