Gaby e Ian aparcaban delante de un edificio que amenazaba con caerse con solo un soplido, en un barrio bajo de la ciudad. Había hombres en una esquina bebiendo alcohol y seguramente también drogándose. Otros hombres en el pórtico del edificio en el cual tenían que entrar. Nada de lo que veían del lugar les daba buena espina.
Ian prepara su Sig Sauer en su espalda.
—Esta vez no tendremos que correr —enuncia Gaby elevándose de hombros e Ian menea la cabeza, divertido.
Bajan de la camioneta y como si fueran dueños del lugar, caminan hacia el edificio en donde había unos cinco hombres. Estos, al verlos se preparan, ya que sabían que son policías. Uno de ellos se levanta y se encuadra delante de los polis.
Tanto Gaby como Ian no minimizan el paso y quedan a centímetros del hombre. Todos mirándose desafiantemente.
—¿Están perdidos? —pregunta el tipo, que parecía ser de la misma estatura que ellos, pero se veía más alto al estar un escalón arriba.
—En absoluto —responde Gaby con una sonrisa torcida y maliciosa.
—Entonces saben cómo volver —Señala con la cabeza la camioneta, una invitación silenciosa a que se suban en ella y se larguen del lugar.
—Así es, pero recién llegamos y venimos a ver a un amigo —interviene Ian.
—Dudo mucho que tenga amigos aquí.
—Muévete —ordena Gaby, cansado de ese juego.
—Oblígame —Reta el hombre.
Gaby sonríe, se eleva de hombros y en un rápido movimiento le mete un puñetazo en la garganta dejándolo doblado y boqueando como pez fuera del agua. Lo empuja a un lado y este cae de rodillas agarrándose la garganta. Gaby comienza a subir los escalones sonriendo a los otros cuatros que quedaron mirando con la mandíbula sobre el suelo. Ellos se abren paso y lo dejan pasar.
—Medina, podrías controlar un poquito tu impulso asesino —reprende el rubio.
—Podría —suelta Gaby e Ian niega con la cabeza—. ¿Es este? —pregunta al llegar a la puerta de un departamento.
—E s este —Gaby levanta una mano con el puño cerrado y golpea la puerta dos veces. Nadie responde—. Quizás no haya nadie.
—O quizás no quieren abrirnos —sugiere Gaby y vuelve a levantar la mano para volver a llamar.
La puerta se abre y Gaby queda con la mano suspendida en el aire. Una mujer que vestía ropa interior de encaje roja, una bata traslucida blanca, una liga también roja en una pierna y unos altos tacones, de esos que dicen "quiero que me den sexo duro". Tanto Gaby como Ian tenían la boca abierta al ver ese semejante cuerpo semidesnudo frente a ellos. De a poco subieron la vista hasta llegar al rostro, dueño de ese cuerpo. En cuanto la vieron cerraron la boca con rapidez.
—¿Nunca vieron una mujer semidesnuda? —soltó ella, elevando una ceja.
—¿Alba? —sueltan al unísono.
Ella hace un mohín y les señala que pasen.
—Entren —Se da vuelta y camina hacia adentro.
Ellos se miran al mismo tiempo, sin entender y con un encogimiento de hombros la siguen dentro del apartamento.
—¿Se puede saber qué estás haciendo aquí? —cuestiona el morocho.
—Mi trabajo.
—¿Sin ropa? —ironiza Gaby.
—Es la forma más fácil para que los idiotas respondan las preguntas sin tener que sudar.
—¿Cómo llegaste hasta aquí? —quiere saber Ian.
—Voy un paso adelante —Los mira conforme se viste y sonríe—. Siempre.
—Este es nuestro caso —entona entre dientes Gaby.
—Esposito me dijo que les diera una mano —esboza con arrogancia.
—Y una m****a —suelta Gaby enfadado—. De esto me voy a ocupar yo y te quiero bien lejos de mi camino —dice señalándole con el dedo índice.
—No hay problema. Ya terminé aquí —dicho eso y ya vestida decentemente comienza a caminar hacia la puerta.
—¿Dónde está Castro? —indaga Ian.
—Dormido.
—Ah, genial, le diste una mamada hasta dejarlo inconsciente y ahora no podemos interrogarlo —escupe Gaby.
—Ya lo hice —se limita a decir.
Sale por la puerta dejándolos con las palabras en la boca.
—Voy a estrangularla —suelta el morocho rechinando los dientes.
—Busquemos al tipo —habla Ian.
Gaby asiente y encuentran al tipo en la habitación, semidesnudo y atado en la cama. Se acercan a él y está totalmente inconsciente, lo cachetean para despertarlo, pero no les responde.
—Algo le habrá dado, no vamos a poder despertarlo.
—Esa estúpida va a oírme —Gaby sale disparado con toda la furia al borde de explotar.
—Gaby, espera —trata de detenerlo, pero el morocho está perdiendo los estribos—. Ella dijo que ya lo interrogó, solo pregúntale que le dijo y…
—Se está metiendo en esto y no me gusta, Russel -—le interrumpe Gaby—. Se trata de la vida de Lina, de mi hermana de corazón —Lo mira con los ojos llameando—. Si esta me caga el caso se la voy hacer pagar.
—Esposito la mandó.
—Me importa un carajo, siempre está metida en todo.
Salieron del edificio; los hombres seguían ahí, pero ninguno se atrevió a decir nada, se hicieron a un lado y Gaby pasó hecho una fiera seguido por Ian que se temía lo peor. Al otro lado de la calle, Noe se ponía el casco; cuando estaba por subir a su Ducatti, el morocho la toma de la cintura alejándola de la motocicleta y llevándola hacia la pared. Con su cuerpo la presionó contra esta y se apresura a quitarle el casco.
—¿Qué haces imbécil? —chilla ella.
—¿Qué te dijo? —sisea a centímetros de su rostro.
Ella tuvo que tragar en seco al verlo tan jodidamente enfadado.
—Suéltame y te cuento —lo enfrenta.
Ian niega con la cabeza, él sabe muy bien que en este preciso momento no estaba la situación para tocarle las pelotas a Gaby.
—No me provoques, Alba —advierte el morocho.
—Suéltame —repite.
—Así es como quieres jugar. Bien —La levanta sobre su hombro y comienza a caminar hasta la camioneta.
—Que m****a… Suéltame —chilla.
—Vas a venir conmigo a la comisaría y ahí me vas a contar todo.
—No puedo dejar mi moto aquí, me la van a robar.
—Lo hubieras pensado antes.
—Medina, hijo de tu madre, bájame. ¡Ahora!
—Ni lo sueñes, preciosa.
Ella pega un grito ahogado de furia.
—Bien, bien; te lo voy a contar, te voy a decir todo, pero no quiero dejar a Ghost Rider aquí van —La carcajada de Gaby interrumpió su monologo—… ¿De qué carajo te reís ahora?
—¿Ghost Rider? ¿En serio?
Sigue carcajeándose y ella comienza a golpearlo en la espalda. Gaby enfurecido la baja y la vuelve a arrinconar contra una pared.
—No me toques las pelotas —sisea—. Dime qué te dijo, ahora —ordena. Ella lo empuja y él hace un paso hacia atrás dándole espacio, pero no demasiado para que no se vaya.
—Me dijo que hizo la bomba, pero no fue quien la colocó en el auto. Dijo que él sólo se encarga de armarlas y venderlas a quienes se lo pidan; hace todo por encargue, aunque nunca con el propósito de matar a alguien. Hace las bombas por pedido y nada más, ni siquiera pregunta para que las quieren, aunque sabemos para qué quieren una bomba, no hay un ser muy inteligente para eso, pero él…
—Deja de divagar —interviene Gaby—. ¿A quién le vendió la bomba?
—Santiago Ortega —le responde, dejándolo en modo mutismo—. ¿Ahora puedo irme? —pregunta de mala manera.
—Vete.
Se aleja de él, Ian le alcanza el casco.
—Idiota —masculla Noe yendo hacia su moto.
—¿Santiago Ortega? ¿El hermano del que ella torturó y el que murió hace poco? —indaga Ian acercándose a Gaby.
—El mismo; seguro que piensa que Lina tuvo algo que ver con la muerte de Rafa.
—O quiso vengarse porque ella se negó a ayudarlo en su estúpida venganza contra Christopher —sospesa el rubio.
—Puede ser. Debemos ir a la estación de policía. Tenemos que hablar con Esposito, ponerlo al tanto y hacer que saque a la chica vampiro del medio —concluye una vez dentro de la camioneta.
—¿Por qué te molesta tanto que ella esté metida en esto?
—Ya te expliqué por qué. Esto no es un juego; la vida de Lina no es un juego.
—Ya sé que no y créeme que yo tampoco quiero que le pase nada y, deseo terminar con esto, pero debes admitir que no nos viene mal un poco de ayuda extra.
—Vamos a hablar con Esposito y luego a buscar al infeliz de Ortega —demanda, ignorando la sugerencia de su compañero.
Ian suspira, pero no dice nada más. El rubio no entiende qué es lo que tanto le molesta a Gaby para que quiera mantener a Noe lo más lejos posible. Nunca va a llegar a entender lo que en realidad pasa por la cabeza de su amigo.
En un cómodo silencio, cada uno perdido en sus pensamientos, viajan rumbo a la comisaría a declarar lo que, hasta el momento, tienen y, así, buscar la forma de hallar a Santiago Ortega; darle una buena paliza y después interrogarlo.