Luego de hacerle compañía para que no se abrumara tanto y para que no se tentara en hacer alguna estupidez en su estado, los hombres salieron hacia la comisaría. Habían recibido un mensaje de Correa «operador de residuos», informándoles que tenía novedad con respecto a la bomba depositada en el auto de Lina. Los pensamientos de Gaby se direccionaban hacia su amiga, tenía mucho miedo de perderla a ella también como había perdido a su hermano de corazón, Lucas. Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos brumosos y se enfocó en el camino. Mientras tanto, Ian, estaba ensimismado en Sofi; la había notado extraña por teléfono y cuando la vio con anterioridad en el restó: Sabía que estaba preocupada por él, pero también era consciente que algo más pasaba, le carcomía la cabeza ignorar lo que le estaba pasando.
Al llegar a la comisaria, se dirigieron directo hacia residuos.
—Correa, más vale que sea bueno —habla Gaby.
—Por tu bien, espero que no empieces a hablar con los elementos de la tabla periódica —advierte Ian al ver todo lo que tenía en la mesa.
—No te preocupes, Russel —Sonríe—. Estoy al tanto del coeficiente intelectual de ambos —se burla.
—Sería bueno que me digas lo que tienes porque hoy no estoy para los intercambios de insultos sutiles —le apremia Gaby de modo exigente.
—Está bien, olvidé que era una amiga tuya.
—Más que eso.
—Bien. La bomba estaba programada para estallar a través de un interruptor, en este caso sería la alarma del auto —comienza a explicar el joven—. La misma se activa cuando el interruptor, es presionado por primera vez…
—¿Y cuándo se supone que estalla? —interrumpe Gaby.
—Cuando las puertas del auto son selladas automáticamente —Al escuchar eso, Gaby pierde la noción de todo; sus ojos se enrojecen, la sangre erupciona en sus venas y su respiración se detiene, al darse cuenta que Lina, su mejor amiga, podría haber muerto, ya que ese era el propósito, no un susto como había pensado al principio—. Gaby, ¿estás bien? —se preocupa al ver que el morocho se había puesto pálido. Él asiente en silencio—. Los autos se cierran cuando uno sube la velocidad a los veinte, es en ese momento que las trabas de las puertas suben, al menos que allá alguna puerta mal cerrada.
—Sí, pero si hay alguna puerta mal cerrada, el auto lo anuncia —comenta Gaby recuperando el enfoque.
—Bueno… o eso no paso o, tu amiga no le dio importancia, de todas formas, el auto tendría que haber estallado en cuanto pasó los veinte kilómetros…
—Pero no fue así —murmura Ian.
—No —concuerda Correa—. Hubo una falla; la bomba terminó estallando cuando el auto fue cerrado por segunda vez.
—¿Y cómo estás tan seguro que fue una falla? Bien podría haber sido que estaba programado para que estallara al segundo llamado del comando y no al primero. Quizás, solo era para asustarla —siguiere Ian.
—Porque revisé lo que quedó de la bomba y efectivamente hubo un error. Uno de los cables estaba mal conectado, hacía presión en donde no tenía que hacerlo. De alguna manera, el decir que fue una desgracia con suerte, no sería un eufemismo en este momento.
—¿Sabes quién pudo haber puesto una bomba como ésta? —indaga Gaby.
—No con exactitud, pero aquí les tiendo una lista donde pueden empezar a buscar —responde, tendiéndoles un papel con cinco nombre y direcciones escrito en él—. Uno de ellos sabe sobre esto, en eso si estoy seguro.
—Gracias —dice Gaby guardando el papel en el bolsillo delantero del pantalón.
—Para eso me pagan —contesta con una sonrisa.
Sin embargo, para Gaby vale más que un sueldo. Sin decir más nada, sale de ahí e Ian lo sigue hasta situarse a su lado.
A los pocos minutos se encontraban en el primer lugar marcado. Se trataba de un local de mala muerte, con fachada de ser un sex-shop de segunda mano.
—Genial —esboza Ian—. Aquí deberías entrar solo —bromea.
—No compraría un puto artilugio en esta ratonera ni de broma.
—Nunca te agradecí por tu contacto —Gaby se gira a mirarlo sin comprender de lo que hablaba—. Con respecto a los juguetitos.
—No hay problema. Espero que te hayan servido —suelta con diversión antes de caminar hacia la tienda.
—Eres un idiota.
—Ah, vamos. Ahora Sofi te contagió la vergüenza.
—No es vergüenza, pero a ella no le gustaría que hablara sobre sus fantasías con otra persona.
—Que considerado —ironiza el morocho entrando al sitio. Una vez dentro, divisa el lugar con la mirada; ningún juguete nuevo, ninguna cosa que no haya probado ya, pero cero confianza en tocar algún artefacto de ese lugar. Con las miradas de pocos amigos y bajo las luces tenues, se dirigen hacia el dependiente detrás del mostrador. Este al verlos, sale corriendo hacía la puerta trasera—. Criatura de Dios, no corras.
—Voy por el otro lado —avisa Ian y Gaby asiente.
Ambos salen corriendo en direcciones diferentes, Ian vuelve a salir por la puerta delantera para dirigirse hacia el lado lateral del local. Gaby corre detrás del hombre, cruzando rápidamente sobre el mostrador. Al cruzar la puerta lo ve cruzar la calle corriendo como si tuviera el culo en llamas. Sin perder un minuto más, sacó su arma y comenzó a correr de nuevo.
A metros del hombre levanta el arma apuntando directamente a la espalda del perseguido.
—Alto —grita, pero el hombre pasa de él y no detiene sus pasos ni vacila en hacerlo—. El maldito me va a hacer correr —farfulla.
Poco después, observa al hombre salir disparado con fuerza hacia su lado izquierdo. Ian lo había alcanzado y agarrado desprevenido contra la pared, teniéndolo con el antebrazo pegado a la garganta.
—Al fin llegas, Medina —esboza Ian—. Eres lento.
—Solo tomé el camino largo —Se eleva de hombros con despreocupación conforme el hombre jadeaba por aire.
—¿Lo llevamos a dentro de nuevo o lo apretamos aquí afuera? —pregunta el rubio.
—Vamos a dentro; no me gusta que me miren mientras golpeo a alguien.
Ian asiente y suelta el agarre, pero solo para tomarlo de los brazos y llevárselos a la espalda dejándolo encorvado.
—Ah —se queja el hombre.
—No seas marica —regaña Gaby, dándole un manotazo en la nuca.
En cuanto llegaron al local, el rubio sienta al hombre en una silla «sin soltarlo», mientras Gaby escruta el lugar. Ian estaba sacando las esposas para ponérselas y comenzar el interrogatorio inusual, cuando Gaby se gira y meneando la cabeza le dice: “no”. Ian lo observa intrigado y Gaby le muestra unas correas de cuero que encontró en un exhibidor. Ian sonríe y asiente. El morocho se acerca a ellos con una sonrisa maléfica y se coloca detrás del hombre. El rubio lleva los brazos del prisionero a su espalda y Gaby se encarga de atarle las manos en la silla, de una manera no muy sutil.
—No vas a correr de nuevo, ¿verdad? —fanfarronea.
—No —contesta, moviendo las manos tironeando el agarre.
—Buen chico —Le palmea el hombro y se desplaza enfrente de él.
—Queremos saber quién te pagó para hacer una bomba en estos días —interroga Ian y le hombre abre grande los ojos por la sorpresa.
—Yo no hice ninguna bomba.
—Rodri, Rodri. No nos estas ayudando —canturrea el morocho haciendo girar en sus manos un látigo de seis colas que había tomado de una estantería.
—Es la verdad. Hace un par de años que no hago nada de eso —Gaby se acerca a él ladeando la cabeza y sonriéndole de manera siniestra—. Solo me dedico a este local, nada más.
—¿Nos estás queriendo decir que vives solo con lo que te da esta ratonera? —pregunta el morocho.
—Sí —Suspira—. Vivo con lo que me da este lugar. Miren, sé que no me da mucho, pero desde que me amenazaron hace un par de años, decidí salir.
—Así como así; un día te levantaste y dijiste que no querías morir y montaste esto —Gaby señala con las manos abarcando el lugar—, y ya. No tuviste ninguna amenaza más, no hiciste ningún trabajito nuevo, nadie vino a buscarte. ¿De verdad nos crees tan idiotas como para creerte?
—Tuve más amenazas, pero me mantuve lejos de todo y de a poco se olvidaron de mí. Solo soy una rata, a nadie le importo como para que me estén buscando, ni siquiera para matarme.
Gaby abrió la boca para hablar, pero Ian lo interrumpió.
—Supongamos que te creemos, ¿quién puede hacer una bomba con estas características?
Le tiende una imagen de una imitación de lo que podría haber sido la original.
—¿Qué hicieron explotar? —pregunta el hombre sin dejar de ver la foto.
—Un auto.
—¿Se encontraron restos de la nitro?
—No de forma directa, se encontró ácido nítrico rojo de fumante 50b, ácido sulfúrico y…
—Glicerina —interviene el hombre e Ian asiente—. Hizo la nitroglicerina cacera.
—¿Sabes quién pudo haber sido?
—Solo conozco a una persona que la hace cacera, no se fía de los demás químicos —Se eleva de hombros—. Es un poco paranoico.
—Sí, pero falló —esboza Gaby y el hombre frunce el ceño.
—Él no falla. Nunca ha…
—Algo hizo mal. No estalló cuando debió hacerlo —cuenta Ian.
—Entonces está claro que él no puso la bomba.
—¿Qué quieres decir? —inquiere Gaby.
—Puede que él la haya armado, pero otro la colocó en el auto. Algo hizo mal; no la habrá conectado en el cable correcto o puede que la haya movido y los químicos tardaron a concentrarse. Un idiota completo, pudo explotarle en la cara.
—Danos el nombre —le ordena Gaby.
—Lorenzo Castro.
—Lo tenemos en la lista —enuncia Ian.
—Bien, vámonos —insta Gaby y comienzan a caminar hacia la salida.
—Hey, ¿no me van a desatar?
—Oh, sí —Gaby le sonríe—. A la vuelta.
—No pueden dejarme aquí. Suéltenme —grita con desespero, pero ambos policías lo ignoran.