Luego de una larga noche, ambos estaban durmiendo desnudos y con sus cuerpos enredados; estaban cansados y nada iba a despertarlos, ni celulares, timbres, despertadores Jack, absolutamente nada… bueno, quizás sí alguien.
—¡¡Arriba, dormilona!! —grita Tony entrando en la habitación. Tanto Sofi como Ian Saltán de la cama; ella corre hacia un lado de la habitación en donde se encontraba tirada su bata, él corre hacia el otro lado en donde estaba tirado su pantalón. El boricua, rápidamente lleva sus manos a la cara para taparse los ojos—. No te veo. No veo que te estás poniendo un pantalón negro —canturrea conforme se acerca a él—. ¿Cómo estás Poseidón? Siento haber llegado así —balbucea, mientras aprovecha para tocar los bíceps del rubio, provocando que Ian sonría con la desfachatez—… Tenía que haber avisado, es que…
—¡¡Tony!! —interviene Sofi al ver como las manos de su amiga ya se estaban dirigiendo hacia el pecho de su chico—. Deja de manosearlo.
—Sí, verdad. Estaba haciendo eso —mira a Ian—. Bueno, es que estás muy buenurro y todo duro y… ay, por Dios, las tablitas de chocolate —manifiesta sin dejar de tocarlo—… y mira, Sofi, son de las que no engordan.
—Tony, lo sigues tocando.
—Ay, lo siento, lo siento —exclama quitando sus manos del rubio, pero lo acaricia con la mirada—. Tengo hambre —Se gira hacia Sofi—. ¿Tienes algo de beber?
No espera que le responda y comience su camino hacia la cocina. Ian no aguanta más y se carcajea por la situación.
—Dijo que tenía hambre y pidió algo de beber?
—Sí, seguramente lo dejaste cachondo y se va a preparar una mimosa.
—En un momento pensé que se iba a aprovechar de mí —esboza, mientras comienzan a salir de la habitación para encontrarse con Tony—. Sé que soy irresistible, no hay quien se resista a mis encantos y cuerpo tonificado… ¡Auch! —se queja.
—Y tienes un culito durito —entona Sofi después de pellizcárselo.
Al pasar por el sofá, divisa su camiseta y la toma para ponérsela, mientras entra en la cocina.
—¡No te la pongas! —grita el boricua haciendo que Sofi gruña e Ian ría.
—Lo siento, pero no quiero que te desconcentres —esboza el rubio con toda su arrogancia.
—Ya, Tony… ¿Podrías tomar café?
—Es tu casa, puedes hacer lo que quieras —responde sin quitarle los ojos de encima al rubio.
—¿Y bien? —insiste Sofi.
—Tengo que hacerlo yo? —Sofi articula un “gracias”—. Ahora también resulta que soy “María, la del barrio”, la marginada, la mucamita desprotegida…
— ¿Quién es María la del barrio? —Indaga Ian.
—Es una telenovela mexicana protagonizada por la cantante Thalía. Se trata de una chica pobre y después se vuelve rica.
—En todas las novelas que hizo lo mismo —acota Sofi.
—Sigo sin saber de quién se trata.
—No importa, el fin de semana traigo los vídeos para que veas.
— ¿Tienes las telenovelas grabadas? —manifiesta Sofi—. Son más vieja que el telégrafo.
—No seas exagerada y sí, las tengo grabadas, me gusta ese tipo de historias bien clichés —Posa la taza de café frente a la joven—. Su café, Su majestad— Luego le deja la taza a Ian—. Su café, chocolate blanco —ronronea.
El rubio le sonríe divertido y le agradece provocando que el boricua se sonroje.
Luego del desayuno, cada uno se dirigió a sus respectivos trabajos. Sofi y Tony iban al resto en silencio, ya que ella estaba enfadada con él por su comportamiento frente a Ian y Tony estaba enfadado con ella por ocultarle lo que pasaba con el rubio. Al llegar al resto, en cuanto todo estuvo listo, Tony decide que ya era hora que su amiga le contase todo, entonces, preparó un submarino (utilizándolo como bandera blanca), con mucho chocolate y canela tal cual le gusta a Sofi.
—Gracias —dice la chica en cuanto le tendió su bebida.
—Antes de que lleguen los demás, quiero que me cuentes que pase contigo y Poseidón.
Sofi deja escapar un suspiro antes de contestar.
—Ya sabes que desde la boda algo pasa entre nosotros; me viste llorar la otra vez por él —comienza y espera a que él asienta—. Bueno, lo que no sabes es que las cosas ya se arreglaron, hablamos y hemos estado en su casa. Anoche vino de improvisto a mi casa, trajo la cena y otras cosas…
—¿Qué otras cosas?
—Trajo una pista de autos para Mateo.
—Eso es un hermoso gesto, Sofi.
—Sí, también quiere acompañarme a buscarlo. Se puso muy mal cuando le conté le que había pasado a Mateo y no sabía cómo pedirme perdón. Lina dice que su debilidad son los chicos.
—Quien lo iba a decir —murmura el boricua—. ¿Por qué Lina te habló bien de él si lo quiere lejos de ti?
—No es que lo quiera lejos de mí, es que no quiere que me lastime, sabe que yo puedo enamorarme y que él es un hombre de una sola noche.
—Puede que Lina tenga razón. ¿Le has contado algo de ti?
—No hemos tenido oportunidad.
—Debes contarle antes de que se entre por otro lado.
—Cuando tenga la oportunidad se lo contaré todo.
—Irá al hogar contigo, puede que ahí se entere más de lo que quieras decir —le advierte.
—Tranquilo, nadie dirá nada.
—Los niños pueden decir algo.
—Saldré lo más rápido que pueda de ahí.
—Debes contarle, antes de que se entere de otra boca. Las mentiras no llevan a buen puerto —Sofi abre la boca para contestar, pero es interrumpida por Sole que pasa a gran velocidad por al lado de ellos en dirección al baño—. Buen día, Solé.
—Creo que va a vomitar —comenta Sofi.
A los veinte minutos Sole sale del baño con mala cara.
— ¿Cuánto tiempo más voy a estar así? Acabo de dejar mi vida en ese retiro —se queja la pelirroja apoyando su cabeza en al hombro de Tony.
—Tranquila, estarás así unos siete meses más como mínimo —bromea.
— ¿Cómo mínimo? —chilla—. No soy un elefante que va a gestar por veintidós meses, este troll tiene que salir antes.
-¿Gnomo? —sonríe el boricua—. No quise decirte elefante…
—Olvídalo, sé que estoy gorda y voy a terminar más gorda.
—No dije eso. ¿Quieres algo de beber o de comer? —le pregunta acariciándole la espalda.
—No me el paso comiendo, Tony, déjame de tratarme como una maldita gorda desquiciada… Oh, por el maldito gato de Sailor Moon, sí, me el paso comiendo. Voy a terminar más grande que la capa de ozono, y con machas y estrías por todo mi cuerpo. Erik ya no yo...
—Sole, eso no va a pasar. No te preocupes —interviene Sofi, luego mira a Tony que estaba cerrando los ojos para tener paciencia y sonríe—. Qué tal si Tony te prepara un té de manzanilla y lavanda, eso te va a calmar un poco el malestar y los vómitos.
—Espero que funcione, además tengo una acidez mortal.
—Bien, ahora te lo prepara y te sentirás mejor —anuncia el boricua dedicándole una sonrisa para después dirigirse a la cocina.
—¡Y tráeme unas tortitas negras que tengo antojo! —le grita y Tony se gira a mirarla con la boca abierta.
-Único…
—Tony, tengo antojo de tortitas negras o finge que el liliputiense que tengo en la barriga salga con una tortita negra en el frente.
—Sole, eso no va a pasar, son solo patrañas —dice riéndose.
—No lo voy a poner a prueba, así que tráeme las tortitas —exige la pelirroja acomódense el pelo.
—Está bien —suspira y retoma su camino a la cocina, todavía riéndose.
—Tu hijo no va a salir con una tortita en la frente —le comenta Sofi.
—No voy a correr el riesgo. Mi abuela decía que, si una no acataba a los antojos, los chicos podían terminar con la forma de lo que se le antoja en cualquier parte del cuerpo —asegurada sin un ápice de inseguridad.
—Bueno, entonces por las dudas no nos arriesguemos —concuerda Sofi, aunque está convencida de que eso nunca va a pasar.
A la hora del almuerzo los demás habían llegado, mientras Sole estaba en el baño sacando de su cuerpo todos los alimentos mal ingeridos, Sofi y Tony se encontraban atendiendo a los comensales y Lina caminaba por las paredes de su oficina con el teléfono pegado a la oreja.
—Alex, acaban de llegar los chicos.
—Está bien —dice Alex del otro lado de la línea—. Solo ten cuidado, ¿sí?
—Si ya terminaste con el itinerario, quisiera ir a almorzar —suelta molesta por toda la situación y la paranoia por parte de su hombre.
—Ángel, no estás presa, solo es preocupación —Mientras él le habla, los ojos de Lina se dirigen hacia Gaby que la observa divertida—, me volvería loco si algo te pasara… Quiero pedirte algo.
—Se viene la tobillera —farfulla.
—Lina —gruñe Alex—, ya te dije que no estás presa —Deja escapar un suspiro—. Quiero que cuando vuelva me lleves a recorrer Buenos Aires.
—¿Qué?
—Ya me oíste; quiero que me lo enseñes, así como yo te enseñé Alemania.
—Está bien.
—Está bien, gracias. Te dejo que almuerces tranquila. Te amo.
—Te amo —susurra Lina antes de colgar.
—¿Estás tachando los días en la pared? —se burla Gaby.
—No te pases de listo.
—Veo que te gustó mi regalo —aguijonea Ian señalando la pulsera que le había dado cuando sospechaba de Christopher.
—Dios los cría y el viento me los amontona. ¿Qué m****a hice mal en mi vida anterior?
—Vamos, mi amor, si no podrías vivir sin mí —entona Gaby rodeando el escritorio para abrazarla y darle un beso en la cabeza.
—A veces me preocupa tu grado de narcisismo.
En ese momento entra Sole a la oficina, comiendo una tortita negra. Todos se detuvieron a mirar como engulle.
—¿Qué? —habla con la boca llena.
—Nada mi amor, ven aquí —dice Erik extendiendo sus brazos hacia ella.
— ¿Cuántas de esas cosas vas comiendo? —Indaga Lina.
—Unas cuatro o cinco —contesta con naturalidad.
—Eso no es… ¿un poco mucho? —cuestiona ganándose una mirada de reproche por parte de la aludida.
Trataron de hacer entrar a razón a la pelirroja para que dejara las tortitas ya que estaban por almorzar, pero nada de lo que le dijeran daba resultado, ni siquiera las burlas del morocho comparándola con Fiona. Ella seguía empecinada que su “troll” iba a salir con una tortita en el frente si acataba la orden de su antojo. La discusión acabó cuando tuvo que salir corriendo al baño para vaciar su estómago, otra vez.