Como un gato perezoso comienza a ronronear y desperezarse con suavidad, saliendo de su estado de sueño para volver a la realidad de un nuevo día. Un calor humano que emana a su lado la hace identificar el lugar en donde se encontró; Era una cama, sí, pero no era su cama, se trataba de la enorme cama redonda ya su lado dormía plácidamente el hombre más espectacular que ella haya visto en su corta vida. Ian la envolvía con sus grandes brazos, su pecho estaba pegado a la espalda de la chica, sus piernas entrelazadas, su cabeza escondida en la nuca de ella regalándole su caliente y pausada respiración. Podía sentir cada extremidad masculina pegada a ella, eso la hizo recordar la noche que habían pasado, todo lo que él hizo y todo lo que le hizo a ella; Ese pensamiento la forjó a sonreír con picardía, había partes de su cuerpo que emitían un lindo y dulce escozor que, sin proponérselo le causaban placer. Con esos recuerdos, sensaciones y pensamientos comenzaron, con mucho cuidado, a levantarse de la cama, sin provocar que su hombre rubio y poderoso, despierte. Salió de ésta y buscó, pasando la mirada por el cuarto, su ropa, la cual encontró reposando desprolijamente sobre la mesa de metal. Con velocidad tomó sus cosas, se visitó y salió de la habitación. Esa habitación que Ian se convirtió en su pedacito de cielo, como ella la había nombrado la noche anterior.
Una vez fuera, se dirigió hacia las escaleras, debía encontrar la cocina para conseguir para comer, la noche anterior no había cenado y su estómago se lo estaba reprochando con leves gruñidos. Además, tuvo el dulce pensamiento de prepararle un digno, o al menos lo intentaría, como agradecimiento por la noche que le había regalado y ese maravilloso cuarto de fantasías que construyó para ella. Al llegar a la cocina queda impactada por lo hermosa que era; mesada de granito, electrodomésticos de acero inoxidable; aunque lo que más le asombra es lo limpio que se encuentra todo, nada fuera de su sitio.
—Creo que lo brillante no va a durar mucho conmigo aquí —resopla—. Podría pedir el desayuno, mejor. McDonald o Starbucks, lo pueden traer y no ensuciaría nada.
De todas maneras, ignora toda su cháchara y se dispone a preparar el desayuno. Tony le había enseñado a hacer wafles con salsa de arándanos y sin querer sonar pedante, era muy buena en eso. Frotándose las manos y mostrando una sonrisa, rebusca en la cartera su iPod, luego vuelve a recorrer con la mirada la cocina buscando un lugar donde conectarlo, al encontrar su sonrisa se amplía.
Rebuscando qué música poner de acuerdo a como se sentía, se topó con una canción que hacía mucho tiempo que no escuchaba ni cantaba, ya que le recordaba mucho a su madre y cuando eso pasaba le embargaba la melancolía, pero justamente en este preciso momento, no sentía la necesidad de recordarla con melancolía, más bien, con alegría y con amor; sin saber muy bien porqué, o seguro sí lo sabía, era porque se sentía bien y podría hasta arriesgarse a decir que se sentía feliz. Tenía la urgencia de escuchar la canción que su madre siempre le cantaba por las noches antes de dormir.
Los primeros acordes de la canción “L'edera” de la cantante italiana Nilla Pizzi comenzaron a inundar la espaciosa cocina, luego apareció su dulce voz entonando:
Chissà se m'ami oppure no /Quién sabe si me amas o no
chi lo può dire? /¿Quién lo puede decir?
Chisà se un giorno anch'io potrò /Quién sabe si un día yo también podré
l'amor capire /el amor entender
Ma quando tu mi vuoi sfiorar /Pero cuando me quieres tocar
con le tue mani /con tus manos
avvinta come l'edera /amarrada como la hiedra
mi sento a te. /me siento en ti.
Chissà se m'ami oppure no /Quién sabe si me amas o no
ma tua saró. /pero tuya seré.
Se da cuenta que, de manera inconsciente le estaba dedicando esa canción a Ian, sin embargo, no sintió miedo, sino alivio. Esa canción la había marcado cuando era niña y todavía lo seguía siendo de grande.
Mientras sigue sumida en su desayuno y su suave canción italiana, Ian la observa en silencio desde el quicio de la puerta de la cocina, ni siquiera se anima a respirar demasiado fuerte, ya que no quería ser descubierta y desea seguir escuchándola y observándola. Para él es muy difícil descifrar lo que le producía verla así tan desenvuelta, tranquila y hallada en su cocina. No sabe a qué se debe esa sensación de querer mantenerla allí mucho tiempo, hasta podría llegar a decir, sin pensar, para siempre. De lo que estaba seguro era que la quería ver todas las mañanas de esa forma en su cocina.
En un instinto animal casi corre hasta ella para tomarla sobre la isla, pero se contiene golpeándose mentalmente, es mucho más maravilloso deleitar sus ojos en su manera de andar al compás de la música y sus oídos en su forma dulce y suave de entonar la canción. Tenía que aprender a contenerse no era un cavernícola. ¿Desde cuándo se comportaba así?