Capítulo 155

El morocho llega al hospital en donde tenían en revisión al padre de Mateo, era el mismo hospital en donde estaba Sofi, solo que en un piso diferente. Esperaba que no tuvieran que encontrarse, por ese motivo el morocho quería sacarlo lo antes posible de ese hospital.

El tipo estaba esposado en la cama, durmiendo y ni enterado de lo que pasaba a su alrededor. El morocho lo observa desde el quicio de la puerta, esperando con impaciencia a que despertara, a que estuviera listo para ir a prisión, él mismo lo quería escoltar.

—Tiene varias costillas rotas, supongo que estará aquí un par de días —le hace saber la doctora que había atendido al hombre al llegar.

—Un par de días son dos. ¿Estará aquí dos días más? —indaga el morocho sin quitar la vista del tipo sobre la camilla.

—No podría decirle con seguridad, supongo que como máximo estará aquí tres o cuatro días, luego lo llevará al hospital de la prisión —Ella posa su mirada en Gaby—. Aunque no lo recomiendo.

— ¿Qué es lo que no recomienda? ¿Sacarlo de aquí y llevarlo a donde pertenece? —pregunta apretando los dientes.

—No recomiendo que lo muevan teniendo las costillas rotas, no es prudente, además, no tendrían las mismas condiciones en la prisión como las que puede tener aquí.

—No se merece un mejor trato, doctora —Gaby gira su vista hacia la mujer—. Él debe estar en prisión y me importa poco si usted lo recomienda o no.

La doctora no aguanta la mirada penetrante del morocho y decide mirar hacia otro lado, tampoco le había gustado el tono que usábamos Gaby para hablar con ella, no era respetuoso, entiende que estaba dando atención médica a un delincuente, pero también es consciente de que ese delincuente no deja de ser un ser humano.

— ¿Cómo terminó tan golpeado? —preguntó la doctora luego de unos segundos de silencio. Tratando de cambiar un poco la conversación que le había dejado un mal sabor de boca.

—Le dieron lo que se merecía —le responde Gaby acompañada de una elevación de hombros.

—Nadie se merece un trato así —suelta doctora no cayéndole muy bien el policía que estaba a su lado.

— ¿Usted leyó su expediente antes de atenderlo? —cuestiona el morocho—. ¿Usted sabe lo que hacen antes de atender a un delincuente?

—Lo había atendido por guardia y luego me lo pasó a mí, no sé con exactitud lo que hizo, si hubiera sido algo realmente grave como una violación o asesinato, esta puerta estaría custodiada por policías.

—Yo soy un policía —le hace notar.

—Habría dos efectivos en la puerta… como mínimo.

Gaby inhala profundo, la doctora no tenía ni idea de lo que se merece o no la escoria que estaba vigilando.

—No sabes lo que hizo, ¿entonces? —La mujer niega con la cabeza—. Te lo voy a decir o, mejor aún, te lo voy a mostrar.

Gaby la toma del brazo y la lleva al piso de arriba, la mujer trata de quejarse, pero el morocho no le dio tiempo a refutar, no le dio tiempo a nada. La obliga a subir al ascensor y luego a bajar en cuanto llegaron al piso, sin detener el paso la guía hacia su objetivo. Agradece que no haya nadie afuera de la habitación y, con cuidado abre la puerta, otro agradecimiento al ver que Sofi estaba dormida. Hace entrar a la doctora y que observa la situación de la mujer de su mejor amigo.

—¿Usted piensa que ella se merece estar aquí? ¿Cree que se merece estar monitoreada? ¿A usted le parece ser un delincuente o una mala persona o, no sé, una asesina para que termine peor de lo que está el otro tipo?

La doctora niega con la cabeza a cada pregunta, el morocho le habla con enfado, con rabia, sin embargo, la mujer no lo observa a él conforme habla, ella está viendo a Sofi con todo su cuerpo marcado, con todo su rostro inflado, casi irreconocible.

—Ese hombre le hizo eso? —indaga la doctora en voz baja a medida que se dirige a los pies de la cama para tomar su expediente.

—Ese hombre, no es simple ladrón o delincuente pedorro. Ese tipo golpeó a esta mujer hasta casi matarla —le susurra el morocho viendo a la doctora observar el expediente.

—No lo sabía —musita ella.

Gaby la toma del brazo otra vez y la saca afuera.

—No importa si no lo sabía —comienza a decir—. Debe tener en cuenta algo, tiene razón de que todos somos seres humanos, pero no todos somos buenas personas. Ese hombre golpeó a esta mujer por dinero y amenazó de muerte a su propio hijo. Será un ser humano, pero no se merece ser tratado como uno; si le das un poquito de espacio y lugar, él no te tratará como si fueras un ser humano. ¿Entiendes?

—Haré una orden para que puedan llevárselo esta misma tarde —anuncia la doctora comprendiendo más de lo que hubiera querido.

—Gracias.

La doctora amaga con salir de ahí, no obstante, se detiene cuando ve que el morocho no la sigue.

—¿No viene? —le pregunta.

—En un momento.

La mujer asiente y comienza su camino para hacer lo que le había decretado a Gaby, conforme el morocho da unos pequeños golpecitos en la puerta de Sofi.

— ¿Se puede? —pregunta desde el otro lado de la puerta.

—Se puede —contesta Sofi desde la cama.

—Espero que no estés sin ropa —habla Gaby mientras entra a la habitación—. No quiero tener que pelear cuerpo a cuerpo con tu marido por verte en paño menores —bromea haciendo reír a la chica.

—Me duele, no me hagas reír —esboza sin ocultar la risa y el dolor.

Gaby suspira y se sienta en una silla que está situada al lado de la cama.

— ¿Cómo estás? —quiere saber.

—Bien; Quiero irme a casa ya, pero me dijeron que debía quedarme una semana más —le responde ella.

—Las mujeres de esta familia nos van a volver locos —se queja con dramatismo fingido.

— ¿Qué harían ustedes sin nosotras? —bromea Sofi.

—Descansar un poco del drama —responde guiñándole un ojo y sonriendo de costado.

—Tú ¿cómo estás? —Se interesa la joven.

—Perfecto, como siempre —esboza abriendo los brazos—. ¿Me ves en mal estado acaso?

—No hablaba de tu físico…

—Dices que estoy bien básicamente? ¿Cuánto me das? —bromea guiñándole un ojo, solo para desviar la conversación.

—No tienes caso. Deja de hacer el tonto que sabes muy bien de lo que hablo.

A pesar de morir de risa con él, no le iba a dejar pasar su broma para evadir la pregunta.

—Estoy bien, Sofi. Un poco cansado, como dije antes, ustedes nos van a volver locos a nosotros; ya me están saliendo cañas verdes.

—Perdón por esto —musita la joven.

—Estoy bromeando, Sofi, no debes pedir perdón. Tú no hiciste nada.

—Igual es un poco incómodo que estén tan pendientes de una, también frustrante verlos padecer en un hospital por ser una tonta…

—No tengo ni idea de lo que estás hablando —El morocho corta con la diatriba de Sofi—. De todas maneras, date por enterada que siempre vamos a estar detrás de ti, siempre pendiente de ti y de los demás. No tienes escapatoria con eso.

—A todo le debes poner tu toque gracioso, ¿verdad? —le reprocha la joven.

—Como si no te gustaría mi “toque gracioso” —se jacta él justo cuando está entrando el rubio.

—¿En serio te estás insinuando con mi mujer? —inquiere frunciendo el ceño.

—No, amigo, ella se estaba insinuando conmigo. Dijo algo de mi toque, no sé, deberías vigilarla un poco más.

—¡Gabriel! —chilla Sofi sin poder creer lo que el muy maldito le estaba diciendo a su marido.

—¿Sofi? —habla Ian elevando una ceja.

—En serio le vas a creer? —posa su mirada en el morocho que ya se estaba levantando y caminaba con lentitud hacia la puerta—. Ya voy a salir de esta maldita cama.

—Ves, ves —le habla el morocho a Ian señalando a la chica—. Ella sigue diciendo esas cosas. Ella está queriendo tener este cuerpecito —clava sus ojos pícaros en Sofi—, pero no es para cualquiera, cariño.

—¡Gabriel Medina! —chilla de nueva Sofi conforme ríe.

Ian observa al morocho y le agradece con la mirada, Gaby solo se eleva de hombros, no sin antes hacer una de las suyas.

—Llámame cuando se vaya —le susurra y le guiña un ojo antes de salir corriendo de allí.

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