Capítulo 137

En la cocina-comedor lo esperaban para desayunar y así llevarlo a la escuela. Por lo que Mateo bajó las escaleras con la mochila colgada en un hombro para juntarse con la familia Betanckurt.

Se acerca en silencio y medio dormido a la cocina, quedándose parado a pasos de la entrada y visualizando a Lina sirviendo café en dos tazas, Alex sacando el zumo de naranja de la heladera y Aye ya sentada en la mesa comiendo un enorme tazón de cereales de chocolate. Lina lo siente llegar y se gira a mirarlo.

—Mateo, buen día —le saluda sonriente.

—Buen día —corresponde el niño.

—Me dijo Ian que desayunas cereales con leche y miel y té con miel. ¿Está bien? —se interesa ella.

—Está prefecto —asiente Mateo.

—Genial, acomódate entonces —le ofrece Lina.

Ella coloca las tazas de café en la mesa y se dedica a servirle a Mateo, deja delante de él un enorme recipiente de cereales con leche, pensando que como su hija viene semejante de cantidad de cereales a la mañana, él va a comer la misma cantidad, y le deja la miel a su lado para que Mateo mismo se sirva la cantidad que quiera. Luego busca una taza y le sirve el té recién hecho.

—Gracias —entona él cuando Lina deja todo para que desayunar.

—De nada.

— ¿Dormiste bien? —quiere saber Alex.

-Si. Es muy cómoda esa cama —responde el niño con sinceridad.

—Me alegre —sonríe Alex—. Ahora ven que debemos irnos —le apremia.

—Es mucho cereal —murmura un poco tímido Mateo.

—¿De verdad? —pregunta Lina asombrada y el asiente con timidez—. Pensé que comías como mi hija —bufa ella.

Mateo observa el recipiente de Aye y sonríe.

—Eso es mucho y mucho chocolate, también —articula sin dejar de mirar el tazón de Aye.

—Si te molesta no mires —se defiende de mal modo Aye.

¿A dónde había quedado la niña con la que pudo charlar la noche anterior?

—Mateo —llama su atención Alex antes de que se agarren de los pelos—. Ven lo que quieras y lo que no, lo deja. No hay problema —expresa con tranquilidad.

—De acuerdo —asiente el niño.

Antes que terminen de desayunar, Alex saluda a Aye con beso en la frente, a Mateo revolviéndole el cabello ya Lina con un fogoso beso, para luego salir con velocidad, como hacia siempre, para irse a trabajar. Cuando los faltantes terminaron de comer se encaminaron para salir al auto de Lina, que dejaba a los chicos en la escuela. Cuando todos estaban dentro del vehículo, Lina prende el estero y Aye se encarga de buscar la música que quería escuchar, como hacia normalmente cuando iban o regresaban de la escuela. Mateo ya estaba acostumbrándose a la música que ella escuchaba, de la fascinación que tenía por la música española, siempre cantaba Malú, o escuchaba Pablo Alborán, David Visbal, Rosario, en este caso le toco dar acto de presencia con su voz a Melendi, uno de sus favoritos. El mismo cantante que había escuchado la noche anterior, el mismo que, estúpidamente, le había dedicado una canción. Mateo sin querer se estaba instrumentando con la música española. No le molesta, reconoce que, aunque no fuera de su agrado la balada, admite que no está nada mal y hasta un poco le gusta. Además, le gusta mucho más escuchar a Aye cantar, tiene una voz melodiosa y aunque era una mal humorada, terca y lo trataba mal y, hasta lo ignoraba la mayor parte del tiempo, la estaba empezando a apreciar. Tiene mucha curiosidad por esa niña de carácter de los mil demonios. Aye tiene mucha facilidad para que las personas la quieran en el primer contacto y es algo que a él le causa intriga, ya que la primera vez que la vio, lo primero que se dijeron fue menos que un agradable saludo.

Te prometo amor,

que solamente

yo tengo en mi mente,

pedirte una noche.

Porque no necesitaré más

que el muelle de San Blas suena en nuestro coche.

Si me das la oportunidad, corazón que nos besemos a solas,

Tu vida será una canción, buena o mala, suma.

El estribillo de la canción se hizo más fuerte de la voz de Aye e hizo a Mateo sacarlo de sus cavilaciones para volver a prestarle atención al tema.

Porque cuando un hombre ama a una mujer, lo sabe desde el momento en que la ve.

Y no importa si algo falla,

o de la mano de quien vaya,

si se ríe o si se calla.

Porque cuando un hombre ama a una mujer, es como si le empezara a parecer, que lleva tiempo dormido, pensando que estaba vivo. Yo te prometo contigo envejecer.

La canción se fue desvaneciendo con los últimos acordes a unas cuadras antes de llegar a la escuela. Lina al tener el establecimiento en su radio visual bajó la música.

Al llegar a la escuela, se desasen los cinturones de seguridad para después baja del auto. Lina los despide a ambos con dos besos en las mejillas, un abrazo y un "pórtense bien". Cuando los chicos desaparecen en el interior del establecimiento escolar, ella se dispone a entrar en el auto de nuevo para dirigirse al resto, pero antes de ir a su lugar de trabajo se decide por hacer una parada corta, pero muy placentera.

—Buen día —canturrea sonriente Lina al llegar al escritorio de la secretaría de su hombre.

—Buen día señorita, Rinaldi —saluda la joven—. El señor Betanckurt está dando una conferencia teleconferencia con los inversores de Londres —le avisa

—Así? —entona elevando una ceja y mordiéndose el labio.

—Sí, señorita.

—Bien, voy a pasar —enuncia caminando hacia las puertas dobles de la oficina de Alex.

—Pero señori…

—No se preocupe, prometo quedarme calladita —la interrumpe para después, de guiñarle un ojo cruzar las puertas encontrándose con su hombre sentado en el escritorio teniendo una conversación un poco acalorada con alguien que se encuentra del otro lado del monitor.

Alex al ser interrumpido levanta la vista hacia la entrada y queda con la boca abierta al ver a su chica parada con las manos en las caderas; una mirada pícara que decía muchas cosas, esa mirada no presagia nada bueno.

Él con los ojos le pregunta que estaba haciendo ahí, pero ella solo le sonríe cargando la cabeza y llevándose el dedo índice a los labios en señal para que no diga nada. Camina unos pasos hacia adelante y lanza sobre el sofá su cartera y luego su chaqueta, con una mirada maléfica da unos pasos más hacia adelante llevándose las manos a los botones de la camisa. Alex al ver su intención eleva una ceja interrogativa y muestra una media sonrisa. Ya se había olvidado que había personas esperando por una respuesta al otro lado del monitor que tenía delante.

La joven con extrema sensualidad comienza a desabotonar la camisa y luego dejando primero al descubierto sus hombros, la deja caer a sus pies, con manos seguras comienza a bajar la cremallera de su falda de lápiz, todo bajo la atenta mirada de Alex. Él comienza a removerse en su silla al molestarle la incipiente erección que comienza a apretarle en los pantalones al ver los sensuales movimientos de Lina.

—Señor Betanckurt —se escucha la voz grave de un hombre que llama su atención en el monitor—. Señor Betanckurt —vuelve a llamar, ya que Alex no daba señales de vida, estaba perdido en cada movimiento de su mujer.

—Sí —carraspea—. Dígame, señor O'Brian —articula con la voz ahogada se acomoda con disimulo su erección, maldiciendo a Lina mentalmente por ponerlo en esa situación.

Sus sentidos ya no estaban al cien por cien.

—Le habíamos preguntado qué opinaba con respecto al nuevo candidato en la gerencia de la sucursal de Alemania —comenta O'Brian.

—Ah… Sí, sí, sobre eso —la voz de Alex fue bajando al ver como Lina con solo su ropa interior de encaje negro se acercaba de manera peligrosa a él—. El señor Muller —Lina se pone en cuatro patas y gatea hacia él poniéndose debajo del escritorio—, me parece que es un buen candi…  

Un quejido no lo deja seguir hablando. Lina con un dedo rozó su erección e instintivamente Alex cierra los ojos.

—Se encuentra bien —se interesa otro de los hombres de la reunión.

Alex estaba con los ojos a medio cerrar aguantando la respiración, Lina ya le había bajado la cremallera y dejó su pene fuera, al alcance de su boca. Alex podía sentir el aliento caliente rozar su glándula, lo cual lo hacía latir más intensamente. La uña de ella traza un camino desde la punta hasta la base de su erección y cuando va a subir de nuevo, Alex le toma la mano para no dejarla subir. Los dientes del joven rechinaban por la fuerza en que los apretaba, su mandíbula amenazaba con salirse de lugar y sus músculos estaban demasiado tensos. Era una puta lucha que tenía con dejarla seguir, por que de verdad quería que ella siguiera, pero también tenía un trabajo que hacer y esa chica no se lo estaba dejando nada fácil.

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