Capítulo 129

Mateo está en la sala viendo la televisión, mientras Sofi se ducha. Él se encuentra perdido en la película Rush (Pasión y Gloria) cuando suena el portero eléctrico. Mira hacia el pasillo que da al baño, con la intención de que Sofi salga a atenderla, pero es imposible, ella ni escuchó el timbre del aparato, ni la había podido traer a la sala de forma telepática. Con un suspiro cansino, se levanta para tomar el auricular del portero.

—Hola? —pregunta desganada.

—Hola, Mateo; Soy Lina, puedo pasar —contestan del otro lado.

—Oh, hola Lina. Sí; pasa.

Aprieta el botón para que se abra la puerta de abajo y en cuanto escuchó que Lina la traspasó, suelta el botón y camina hasta la sala o, mejor dicho, camina hasta quedar frente a la puerta. A los minutos suena el timbre de su puerta y él se apresura a abrirla.

—Hola, Mateo —le saluda Lina—. ¿Cómo estás? —se interesa, mostrando una enorme sonrisa.

—Bien; pasa —Lina entra al apartamento y recorre el lugar con la vista—. ¿Quieres algo de tomar? —le pregunta al ubicarse a su lado.

—No, gracias.

—Sofi está en la ducha. Si quieres puedes sentarte a esperarla —le indica él con el dedo índice el sofá.

—Está bien, gracias —Ella lo mira fijo—. De todas maneras, venía a buscarte a ti —le hace saber.

—A mí? —pregunta un poco confundido y otro poco curioso.

—Sip —asiente ella—. Ian me llamó y me pidió si podía venir a pasarte a buscar. Él quiere llevar a no sé dónde a Sofi. Ya sabes una "cita" —le dice haciendo comillas— y no quiere dejarte solo.

—Ya soy lo suficientemente grande como para cuidarme solo —contesta elevando una ceja y Lina se ríe.

—Eso lo sabemos, pero nosotros siempre estamos más tranquilos si alguien cuida de nuestros hijos.

Al escuchar esa contestación a Mateo se le hinchó el pecho de orgullo al sentir a Ian como un padre. No esperaba una respuesta como esa y no podía decir que no a eso.

—Lina? —Sofi se asombra al ver a su amiga a esa hora en su apartamento.

—Oye, Sofi —saluda la castaña sonriendo.

— ¿Pasó algo? —indaga, todavía asombrada. Era raro que Lina estuviese paseando por casa ajenas.

—Nada —contesta—; solo vengo a buscar a Mateo —Eleva los hombros—. Órdenes del Sr Russel —bromea.

—Ian te pidió que lo vinieras a buscar? —Ella entorna los ojos—. ¿Y eso por qué? —curioso.

—Quiere tener una cita y yo no pienso tocar el violín —contesta Mateo anteponiéndose a Lina y ellas se ríen.

—Así es —segunda Lina—. Por eso me lo llevo y tú —esboza señalándola—, te pones algo más —sospesa—… para la ocasión —termina diciendo.

—Algo como qué? —suelta Sofi—. Ni siquiera sé a dónde me va a llevar. Ni siquiera sabía que pensaba llevarme a algún lado.

—No importa eso. Solo hazlo —Se levanta del sofá—. Yo me llevo al músico.

—Voy a buscar mis cosas —le avisa Mateo saliendo con velocidad hacia su habitación.

—Hoy se queda en casa —Mueve las cejas de manera juguetona—. Ustedes van a hacer mucho ruido.

—Lina, por Dios —se queja Sofi.

Lina revolea los ojos.

—No te hagas la puritana.

—Ya estoy —anuncia Mateo entrando a la sala.

—Bien. Nos vamos, entonces —Se acerca a Sofi y le da un beso en la mejilla—. Te voy a tener preparado un analgésico y la cremita muscular —le guiña un ojo y se gira para irse dejándola con la boca abierta reteniendo el aire.

—Chau, Sofi.

Ella le da un beso en la frente.

—Chau, Mateo.

—¿Me pasas a buscar mañana? —quiere saber.

—No —articula Lina—. Yo te llevo yo a la escuela —Mira a Sofi y eleva los hombros—. Me toca a mi llevar a los pequeños demonios.

Se ríen en coro y salen del apartamento de Sofi, dejándola sola para que se arregle para su noche apasionada con Ian.

—Y bien —comienza Lina, mientras pasaba los cambios, en cuanto ya estuvo en el auto—. ¿Cómo va todo en la escuela?

—Bien.

—¿Has hecho amigos? —curiosoa mirándolo por el rabillo de su ojo.

Él la mira por un momento y suspira.

-Si; he hecho varios amigos —le comenta—, de hecho, estamos armando una banda de rock

Mateo se enfrasca en contarle todo sobre sus amigos. Para él, es muy fácil hablar con Lina, ella siempre lo i***a a hacer lo que desea y le da consejos al respecto. No es que no pueda hablar con Sofi, pero ella lo mira como a un hijo y siempre su preocupación es muy notable y con Ian solo habla de cosas de hombres. En definitiva, con Lina se siente diferente hablar.

—Espero que cuando seas famoso con tu banda y tengas muchos “grupis” detrás tuyo, no te olvides de nosotros —entona la joven sonriendo, al tiempo que entra en la casa.

—Eso jamás pasará —contesta riendo.

—¿Qué es lo que jamás pasará? —pregunta Aye entrando en la visión panorámica de ambos.

—Pensé que a esta hora dormías, Peque —se burla Mateo.

—Mateo —añade Lina.

—Son las ocho de la noche todavía ni he cenado y seguro que eso es por tu culpa —lanza Aye.

Lina suspira.

—Chicos no empiecen —centra la mirada en Aye—. ¿Tu padre dónde está?

—En su despacho, terminando un trabajo de última hora —Se eleva de hombros—. Eso fue lo que me dijo —Comienza a caminar hacia el comedor—. Y dijo que lo fueras a ver cuando llegues.

—Voy a verlo —le avisa a Mateo—, sigue a Aye al comedor —huele el aire—; ya debe estar la pizza —le sonríe y camina a encontrarse con su hombre.

Mateo camina hasta el comedor y encuentra a Aye acomodando la mesa para cenar. De fondo se escuchaba una música que Mateo no conocía, no era lo que él escuchaba, pero tampoco era de su desagrado.

—¿Qué escuchas? —indaga el niño en el marco de puerta.

—No es de tu incumbencia, Splinter.

Mateo suspira y niega con la cabeza, divertido.

— ¿Siempre estás tan resentida? —se burla él.

— ¿Siempre eres tan imbécil? —réplica Sí.

—¿Te ayudo?

Mateo señala la mesa e ignora el comentario de ella sabiendo bien que si le respondía no iban a dejar de tratarse mal.

—Ya terminé —responde Aye.

—Parece que nunca vamos a llevarnos bien —articula más para él que para ella y se sienta en un lugar en la mesa observándola como cantaba por lo bajito y, en definitiva, lo ignoraba. Pasaba de él de forma olímpica y eso de alguna manera le hacía gracia, pero también le molestaba.

—¿Por qué hablas como si fuera yo la mala? —inquiere la niña entornándose los ojos y frunciendo el ceño.

—Yo no dije eso —se defiende el niño—, solo digo que, dudo mucho que algún día nos llevemos bien.

—Eso no es por mí culpa —refuta Aye.

—Tampoco mía —retruca Mateo.

—Pero de la forma en la que hablas es como si me echaras la culpa a mí de llevarnos tan mal.

Aye se acomoda en la mesa, frente al niño clavando sus ojos verdes, en los avellana del niño.

—Por Dios, niña, ¿dónde entra tanto recelo en esos sesenta centímetros? —Aye comienza a ponerse roja y Mateo sonríe—. Te estás poniendo roja como Tinker Bell —se burla.

—Deja de tratarme de enana. Cada cosa que dice siempre te metes con mi estatura —gruñe la niña sacando chispas por los ojos—. Por eso no vamos a llevarnos bien y no va a ser por mi culpa. No es por mi culpa —sentencia.

—Tú te burlas de mí porque me gusta la pizza, yo no me quejo —Muestra una sonrisa soncarrona—. No deberías enfadarte porque me meta con tu estatura.

La niña apoya con fuerza ambos puños sobre la mesa y aprieta los dientes.

—Mira, Splinter, deja de meterte conmigo. Tengo muchas cosas que podría decirte y ninguna de ellas van a gustarte —amenaza.

—Dilo, no te calles por mí —reta Mateo.

Aye toma aire para comenzar con diatriba, abre la boca para escupir un montón de cosas, ninguna buena, hacia Mateo, pero la llegada de Lina y Alex la interrumpe.

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