Capítulo 126

Santiago i***a a tirarse para atrás, pero afirma su agarre y baja sus pantalones haciendo caer al suelo. Los ojos del hombre se abren de una forma hasta casi graciosa y ella camina hasta posicionarse detrás de él. Le da una patada al interior de la rodilla y éste cae al suelo, haciendo un ruido sordo con sus rodillas al estrellarse en el piso y un gemido escapada de su boca.

—Esto, cada vez se pone mejor —Gaby se frota las manos con descaro, mientras que sonríe.

—Tendría que buscar los pochoclos —acota Ian.

Lina camina hasta el vidrio y lo golpea suavemente con sus nudillos. Hace una seña y vuelve a quedar frente a Santiago. A los dos minutos la puerta de la sala se abre y entran las mismas personas que estaban detrás del vidrio.

—Vaya, esto sí que es… —Esposito recula su pensamiento.

—Extraño —termina López.

—Diferente —suelta Noe.

—Sublime —sonríe Lombardo.

—Que —La voz de Santiago suena estrangulada—… ¿Por qué están todos aquí? —pregunta temblorosa.

—Ya te dije —le sonríe y observa como cada uno toma un lugar en la sala y observan a Santiago como si fuese una pantalla en un cine—; humillación.

—No puede ser…

-Si. Sí puedo —se acerca más a él—, pero tú —lo señala con el dedo índice apretando en el pecho del hombre—, tienes el poder de pararlo.

—Yo… Yo no…puedo —tartamudea.

—Creo que tu oferta de los pochoclos habría que tomarla en cuenta —estipula Gaby mirando a Ian.

—Tienes mucho miedo Santiago. Pero no es a mí, ni a nadie de los que estamos en esta sala. Tampoco miedo a morir en prisión —Suspira—. Dime quien es el causante de ese miedo y tu vergüenza y humillación será terminada. Solo habla y todo habrá terminado.

—¡No entiendes! —grita Santiago.

—Entiendo que te faltan pelotas por cubrir a alguien por miedo y no por lealtad —sisea Lina perdiendo la paciencia.

Santiago estaba rojo de vergüenza y no miraba a nadie a los ojos. Trataba de esquivar todas las miradas, aunque las sentía clavadas en su cuerpo y eso lo ponía peor, elevando su temperatura corporal. Jamás le habían hecho algo así, lo han torturado, sí. Pero nadie lo humilló de esa forma. Hubiera preferido que Lina lo torturara como le había enseñado a Dany en su momento, a que le hiciera pasar por tal bajeza.

—Quiero protección —exige en un murmullo.

—¿Qué? —pregunta ella finciendo no haber escuchado bien.

—Quiero protección —Repite elevando la voz. Carraspea su garganta—. Si yo digo quien me envío a matarte, voy a necesitar protección —explica.

—Ya estamos hablando el mismo idioma —articula Lina.

—Déjame vestirme y te diré todo —Lina chasquea la lengua, al tiempo que niega con la cabeza.

—Me dirás todo en esa posición y luego vas a vestirte para sopesar el acuerdo que los jefes —señala a su espalda a Esposito y Lombardo—, harán contigo —Santiago vacila, suspira y luego asiente mirando al suelo.

—Él me dijo que fuiste tú quien mato a mi hermano… —comienza a hablar Santiago.

—Mírame —ordena Lina.

Lentamente Santiago levanta la mirada y la clava en las pupilas de Lina.

Él tenía los ojos ahogados en lágrimas, pero no derramaba ninguna. Lina vio en ellos el dolor y la vergüenza, pero hizo a un lado esos sentimientos y no movió ni un ápice sus ojos de los de él. Quería saber si le mentía y la mejor manera era no perder de vista ningún movimiento de ellos y de su rostro, ya que su cuerpo no podía hacer mucho de la forma en el que estaba posicionado, con las rodillas clavadas en el suelo y las manos esposadas en su espalda.

—Él me convenció de que habías matado a mi hermano y que debía vengar su muerte. Que debía matarte —susurra bajando la mirada.

— ¿Quién es él? —Pregunta Gaby en un gruñido. Santiago sigue con la vista clavada en el suelo.

—No dejes de mirarme —exige ella—. Continua —ordena ignorando la pregunta de Gaby.

Ella tiene una idea vaga de quien puede haber sido tan convincente como para lograr descarrilar la atención de Santiago de él hacia ella.

—Dijo que si quería respeto de los demás, debía limpiar el nombre de mi hermano. Mi nombre y la única forma era matándote —Su barbilla tiembla—. Me dio su palabra que él no había matado a mi hermano, que no tenía nada que ver y que había descubierto que fuiste tú quien lo hizo —Niega con la cabeza con una sonrisa melancólica—. Ahora me doy cuenta que fui un idiota que se dejó manipular como un título —Cierra los ojos unos segundos y cuando los vuelve a abrir, estos están inyectados de sangre—. Le preguntó por qué no había hecho nada en contra tuyo, si sabía que habías sido la causante de la muerte de Rafa y me dijo que no era su guerra y que si él se metía desprestigiada su nombre y el mío. Y la memoria de mi hermano —Aprieta los dientes hasta hacerlos rechinar—. Me mintió, el muy hijo de puta me engañó como un puto niño —sisea.

— ¿De quién estás hablando? —pregunta Gaby levantándose con el ceño fruncido.

—Fue él, ¿verdad? —indaga Santiago mirando fijamente a Lina— Él mató a mi hermano, ¿verdad?

—Sí —Lina cierra los ojos—; Él mató a Rafa.

Santiago cierra los ojos con fuerza y ​​maldice por lo bajo. Una risa seca se escapa de su boca para luego convertirse en un sollozo por haber confiado en la persona equivocada. Había estado al frente del asesino de su hermano. Sabía desde el principio, cuando fue a pedirle ayuda a Lina, que había sido él quien había matado a su hermano. Sin embargo, cuando lo tuvo enfrente se dejó manipulador y engatusar por todas sus mentiras y su postura de gran señor. Ahora era el idiota más grande que había visto en su vida. Al mirarse el torso desnudo, se da cuenta que la humillación que ejerció Lina, para con él, no es nada con la humillación de saber que fue engañado como un niño, cuando le dicen que su mascota se la llevaron al campo para que sea libre con los demás animales, en vez de decirle que había muerto.

— ¿De quién carajo habla? —exige el morocho, mirando alternativamente de Lina a Santiago.

—Diles —Santiago la mira extrañado—. Yo no puedo hablar, seria poner palabras en tu boca y no tendrían validez.

Santiago entiende con un asentamiento.

—Christopher Donovan —murmura mirando el suelo.

—Repite mirándome a los ojos, Ortega —ordena Gaby parándose frente a él.

—Christopher Donovan —repite con voz más fuerte y firme—. Christopher Donovan me mandó a matar a Lina.

Gaby pasa sus ojos a los Lina y en silencio se hacen saber que no era una sorpresa que él tuviera algo que ver. Christopher ya estaba en el país. Estaba siendo vigilado y ya se había dejado ver cuando fue a buscar a Lina después de matar a Rafa. Gaby asiente hacia Lina, sabiendo a la perfección que su amiga pide protección para Santiago y que de ahí en adelante se encargaran ellos de su agresor.

Ella gira sobre sus talones y se dirige hacia la puerta, pero la voz de Santiago la detiene.

—Espera —Lina lo observa—. ¿Vas a protegerme? —casi le suplica.

—Ellos lo harán —señala con un movimiento de cabeza a los demás—; has lo que te piden y ellos van a protegerte.

Santiago asiente con la cabeza en agradecimiento y Lina sale de ahí sin siquiera echarle una última mirada. Ni a él, ni a nadie en esa sala. Era hora de volver a casa y refugiarse en los grandes y acogedores brazos de su hombre.

Al llegar a casa, su hombre estaba en la oficina, por lo que ella se dirige allí.

—¿Cómo te fue? —curiosea Alex en cuanto la ve cruzar la puerta.

—Fue Donovan —pronuncia caminando hacia su hombre.

—Ven aquí —dice Alex extendiendo sus brazos y haciéndole lugar en su regazo—. No me gusta nada que hagas esas cosas.

—Lo sé —suspira la joven con la cabeza escondida en el pecho de Alex—. Le dijo que yo había matado a Rafa. Está haciendo todo esto porque piensa que yo maté a Dany.

—Él sabrá que fui yo, lo sabes, ¿verdad?

—No vamos a dejar que eso pase.

—Ángel, soy yo quien debe protegerte, no es al revés.

Ella eleva su mirada al hombre que ama.

—Debemos protegernos mutuamente.

Alex sonríe, le besa con delicadeza los labios. Un beso que de a poco se transforma en algo más, donde ambos prometen protección hacia el otro.

 

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