—Oh, por Dios, cuando mi padre me dijo que venias, no le creí y mírate, estás aquí —la abraza con demasiada fuerza.
—Natasha —articula cuando la deja libre—. Espero que me hayas guardado la mesa, a pesar de no creerle a tu padre, ¿no?
—No le creí, pero tenía la esperanza —asiente conforme le guiña un ojo.
—Gracias. Natasha, quiero presentarte a unas personas —Sofi se hace a un lado para dejarle a la vista a los dos hombres que la escoltaban—. Ellos son Ian y Mateo; chicos ella es Natasha, era mi compañera en el instituto.
—Un gusto, Natasha —entona Ian.
—Hola, Natasha —saluda Mateo.
—Oh, por Dios, ¿de dónde salieron estos hombretones? —exclama.
—Son míos y no están para tu borrar —suelta divertida Sofi e Ian se sintieron completamente eufórico al escucharla decir que era de ella.
—Nunca aprendiste a compartir —lanza la chica provocando que los hombres se carcajeen.
—Soy una egoísta —argumenta, elevándose de hombros.
—Totalmente de acuerdo —concuerda Natasha—. Hola, pasen. Mi padre esta hasta el tope en la cocina, pero ya los va a atenderlo mismo. De eso dalo por hecho —le hace saber.
—No hace falta, Nat.
—No vas a poder sacártelo de encima. Así que pasen y disfruten —le sonríe y Sofi le devuelve la sonrisa.
—Gracias.
—Sí, sí. Agradéceme compartir —Sofi se ríe y sigue caminando hacia dentro del lugar seguida por Ian y Mateo que también se rían por la ocurrencia de la amiga.
El lugar, al estar lleno de gente, no podía apreciarse como realmente es, pero Ian y Mateo pudieron distinguir, en un lado mesas redondas con manteles blancos y sillas a su alrededor (ninguna mesa libre) del otro lado había tres filas, compuestas por unas largas mesas, que llegaban hasta muy cerca de la barra que apenas se visualizaba al fondo. Las mesas largas estaban también llenas de personas, parecían que eran mesas como lo que se ven en los campings con todas las personas sentadas a lo largo. Pero lo que más les llamó atención la a los hombres, que fue la discordia, para intercambiar una mirada, fue que cada persona tenía enfrente de ella una pizza entera de un tamaño bastante exagerado. Algunos tenían las pizzas de un solo sabor, pero los que tenían las pizzas de varios sabores, estaban servidas en un plato giratorio. No giraban solos, sino que la misma persona o la del al lado la hacía girar y donde caía era la porción que tenían que comer.
Sofi los llevó hasta cerca de la barra, había tres lugares libres, esperando por ellos. Dos de un lado y uno de enfrente. Sofi hace sentar primero a Mateo y luego se sienta ella, Ian toma el lugar justo frente a Sofi. Ian y Mateo miran a su alrededor y las pizzas al tenerlas al ladon parecían más grandes de lo que la habían visto al pasar. Por los que ellos se miran y se ríen juntos.
—¿Nos vas a hacer comer una de esas semejantes pizzas? —Pregunta Ian con diversión.
—Vamos a comer una de esas pizzas —afirma ella.
—Tengo hambre —suelta Mateo el fanático de las pizzas.
En ese momento llega el chef. El padre de Natasha; chef y dueño del lugar.
—Sofi —se escucha la tonada italiana por encima de todos el murmullo y griterío de los demás comensales.
—Tiziano —saluda la aludida. Él la abraza y la saluda con dos besos—. Habla español, por favor —esa frase ya la tenía incorporada de tantas veces que la ha dicho.
— ¿Cómo estás, niña? —la mira con detenimiento—, bueno ya no tan niña —bromea—. ¿Has visto a Natasha?
—Sí, hemos hablado en la entrada —le responde sonriendo—. Tiziano, te presento a Mateo, mi hijo…
—Tu hijo, mamá mía? —esta expresión hace reír a los tres y Sofi asiente.
—Sí, mi hijo —Mira a Ian—. Y él es Ian...
—Su novio —termina el rubio.
—El padre del chico —adivina de manera equivocada.
—Tiziano…
—Ojalá que algún día —articula Ian dejando a Sofi congelada ante esa declaración. Mateo abrió la boca y los ojos asombrados. Ambos lo querían a Ian en sus vidas y él ya se había hecho un lugar.
—No entiendo nada —suelta el chef. Sofi iba a explicar, pero la gente comenzó a llamar para que los atiendan—. Después me explican. ¿Les traigo la especial? —les pregunta echándoles una mirada divertida.
—Sí —asiente Sofi.
Tiziano le guiña el ojo a Mateo y se gira sobre sus talones y desaparece detrás de unas puertas dobles de madera.
—¿La especial? —inquiere Ian acercándose más a ella por encima de la mesa.
—La especial —repite ella sonriendo.
—¿De qué es? —curioso Mateo.
—Ya verán —Los deja a ambos intrigados. A los minutos aparecen dos mozos, uno lleva dos grandísimas pizzas y el otro una grandísima pizza. Las colocaciones frente a ellos, junto a los platos giratorios.
Los ojos de Ian y de Mateo prácticamente se salían de sus cuencos al ver la enorme pizza bajo sus narices.
—Estas son como cuatro porciones más de las que hay en Argentina —expresa Mateo.
—Son diez porciones, Mateo. Dos más de las de Argentina —le dice Sofi.
—Son diez generosas porciones —ironiza Ian.
—Y de que gusto hijo? —curiosoa el niño viendo que cada porción tenía algo diferente.
—Es fácil —señala una—, esta es de cuatro quesos —sigue señalando mientras habla—, pepperoni, napolitana, ananá —En esa Mateo arruga la nariz—. Lo pruebas y si no te gusta te el cambio por la napolitana mía —le indica—. Rúcula, huevo, jamón y morrón, caprese, calabresa y milanés —enumera.
—No voy al terminar todo —esboza Ian.
Sofi se carcajea.
—Vas a tener que terminarlo, es obligatorio —le hace saber.
—¿Cómo que es obligatorio? —pregunta casi horrorizada.
—Aquí no se desperdicia la comida y si no la terminan hay que pagarle al chef cincuenta euros más —les explica.
—¿Hay que pagarle por no comer?
—Hay un pagarle por desperdiciar, es decir, que además de pagar por lo comen, también hay que pagarle si no lo comen, o sea que se suma cincuenta euros más.
—Eso ¿cuántos dólares serían? —suelta Ian.
—Solo euros —le indica Sofi e Ian mira la cara de Mateo.
—Sabía que tenía que buscar para hacer el cambio —farfulla y Sofi se ríe.
—Comán.