Giacomo pisó el freno con brusquedad, haciendo que los neumáticos chirriaran contra el asfalto con un fuerte sonido. Golpeó contra el volante y soltó una maldición. Le tomó solo unos segundos darse cuenta de que la mujer a la que había estado a punto de arrollar no era otra que Arianna. Se bajó apresurado del coche y se acercó a ella.
—Arianna, ¿qué demonios estabas…? —Sus palabras murieron al verla desplomarse.
Giacomo no fue lo suficientemente rápido para atraparla antes de que golpeara el suelo. Se acercó apresurado y se puso de cuclillas. Sus ojos recorrieron su cuerpo en busca de heridas visibles o rastros de sangre. No estaba seguro de si ella había perdido el conocimiento porque había llegado a golpearla con su auto o si se había desmayado del susto.
—Arianna —llamó, sacudiéndola por el hombro con suavidad, pero no obtuvo respuesta.
—¿Ella está bien? —preguntó Carmine.
Giacomo miró sobre su hombro solo para encontrar a su novia de pie a pocos metros de distancia y a su lado el