Una noche puede cambiarlo todo… Carmine Morelli siempre ha medido a los hombres en su vida por el estándar inalcanzable que representa Giacomo Molinari, el hombre que ha deseado en silencio. Cuando se entrega a él en una noche de pasión, no imagina las consecuencias que esa elección traerá consigo. Después de su fallido matrimonio, Giacomo está decidido a no volver a casarse nunca, pero no es necesario que se case para asumir la responsabilidad del bebé que Carmine carga en su vientre. Sin embargo, conforme pasa tiempo junto a ella, está menos convencido de querer conformarse con una relación meramente platónica.
Ler maisEl juez golpeó su mazo, marcando el final del juicio tras dictar la sentencia. Giacomo escuchó el murmullo creciente que estalló al otro lado de la sala y, al girar, vio que el acusado estaba gritándole a su abogado. Dos oficiales se acercaron a él y lo tomaron de los brazos en un intento de controlarlo. En medio de la confusión, sus miradas se cruzaron, y entonces, Giacomo esbozó una sonrisa victoriosa.
«Te advertí que perderías»
El rostro del tipo se contorsionó con odio, como si hubiera leído sus pensamientos. Giacomo no se inmutó y tampoco lo hizo cuando él empezó a maldecirlo, mientras lo sacaban de la sala del tribunal. En sus años como abogado, había recibido más miradas de odio y escuchado más amenazas de las que podía recordar, ya estaba acostumbrado a ello.
Se puso de pie y dirigió su mirada hacia su defendida. Una mujer demasiado inocente para prever la pesadilla en la que se convertiría su vida cuando aceptó una invitación del tipo que acababan de sacar de la sala. Como muchos de los abusadores, él la había conquistado con falsa dulzura durante los primeros meses de su relación, pero después de un tiempo empezaron los gritos e insultos, que no tardaron en convertirse en golpes.
Giacomo ardía en furia de solo recordar el expediente del médico que la había atendido la última vez que su, ahora ex esposo, la había golpeado. El ex esposo de su clienta era un ser deplorable y se merecía cada día que pasaría tras las rejas.
—Muchas gracias. —Los ojos de la mujer brillaban a causa de las lágrimas que resbalaban por sus mejillas, sin embargo, se veía más feliz que nunca.
Giacomo le dio una sonrisa sincera y asintió.
—Espero que tengas una vida feliz y próspera.
Era consciente de que la mujer tenía un camino largo que recorrer, pero, con suerte, se recuperaría de aquel trauma.
Los padres de la mujer se acercaron, ambos con enormes sonrisas. La madre, emocionada, se lanzó hacia él y lo rodeó con un abrazo lleno de gratitud, agradeciéndole una y otra vez entre lágrimas de alivio. Al soltarlo, el padre extendió la mano y Giacomo la estrechó sin vacilar. Después, los tres se despidieron y se adelantaron, mientras él se quedaba a terminar de guardar sus cosas.
Estaba saliendo de la corte cuando su celular comenzó a vibrar en el bolsillo interior de su saco. Sacó el teléfono y se lo llevó al oído.
—Nicolo —saludó.
—¿Cómo te fue?
—Como esperaba —dijo, bajando las escaleras—. Debiste ver la cara del maldito imbécil cuando el juez lo declaró culpable de todos los cargos.
—¡Felicidades! Aunque, siendo honesto, no me sorprende que ganaras. Eres una máquina de matar cuando estás en un juicio. ¿Qué te parece si esta noche salimos a celebrar otro caso victorioso?
—Lo siento, pero no puedo. Tengo cosas que hacer.
—¿Cómo qué? ¿Sentarte en tu sofá a observar la aburrida pared de tu departamento? —preguntó Nicolo, destilando ironía con cada palabra—. Esos no son planes.
—Quizás la próxima vez.
—Desde que…
—Nicolo —lo interrumpió con una advertencia, su voz volviéndose firme. Sabía lo que él había estado a punto de decir y no le gustaba ni un poco. Lo menos que le apetecía era escuchar el nombre de su ex esposa.
—Está bien, hombre, olvida que dije algo. Y felicidades otra vez. Si cambias de opinión te estaré esperando en el bar de siempre.
Giacomo se despidió de Nicolo y se montó en su auto.
El viaje hasta su departamento tardó más de lo usual debido al tráfico. Al llegar a su departamento, el silencio lo recibió y soltó un suspiro. La decoración impersonal de lo que ahora era su hogar permanente no hacía más que intensificar su mal humor. Ese lugar se sentía frío, nada comparable a la casa que había trabajado tanto para transformar en un hogar, un espacio que planeaba compartir con la familia que había soñado tener.
Sin embargo, aquella casa no le pertenecía más. Durante su proceso de divorcio había dejado que su ex mujer se quedara con ella y una parte de su fortuna. Después de descubrir que ella le había estado engañando, había hecho lo necesario para sacarla de su vida tan pronto como fuera posible.
Aun la amaba y no se sentía orgulloso de admitirlo. Pero jamás podría perdonar su infidelidad. Era doloroso pensar en ello, recordar. La traición de Arianna casi lo había destruido y todavía no había logrado volver a unir todas las piezas de su corazón. Pensar en ella todavía era como sentir un cuchillo retorcerse en lo profundo de su pecho.
Se metió a la ducha mientras inevitablemente los recuerdos bombardeaban su memoria. Había conocido a Arianna dos años atrás y de inmediato había caído rendido a sus encantos. Ella era hermosa y demasiado dulce. Habían tenido un noviazgo de seis meses antes de que le propusiera matrimonio.
Dos meses más tarde, su boda se había celebrado en una pequeña campiña con solo sus testigos como invitados. Aquel día, Arianna se había visto increíblemente perfecta y, mientras la miraba a los ojos, había creído que su amor sería eterno.
Soltó una risa carente de humor y sacudió la cabeza. Había sido demasiado ingenuo.
—Maldición. —Se pasó ambas manos por el rostro limpiando el agua.
Terminó de ducharse, tratando de mantener los recuerdos fuera de su mente. Al salir, se envolvió una toalla alrededor de la cintura y salió del baño. Levantó su celular de la mesa de noche y le envió un un mensaje a Nicolo para decirle que lo vería en el bar. No tenía ganas de salir, pero cualquier cosa debía ser mejor que quedarse en casa a auto compadecerse.
Se vistió y se apresuró a salir. El bar estaba a unos diez minutos de viaje en auto, pero como estaba seguro de que iba a beber, optó por tomar un taxi.
La música a volumen bajo lo recibió en cuanto entró al bar. La iluminación era tenue, suficiente para apreciar cada rincón sin resultar abrumadora. Era uno de los mejores bares de la ciudad, conocido por ser un lugar exclusivo.
Nicolo lo saludó desde una de las mesas y Giacomo se acercó a él.
—Cuando recibí tu mensaje creí que se trataba de alguna clase de alucinación —bromeó su amigo, dándole un abrazo breve—. Toma asiento —dijo y levantó una mano para llamar al camarero.
Un hombre se acercó a ellos y tomó sus pedidos.
—Brindemos —dijo su amigo, levantando el vaso cuando el mesero dejó las bebidas sobre la mesa—. Por tu éxito.
Giacomo levantó su vaso y lo chocó contra el de su amigo, luego bebió el contenido de un solo golpe. Hizo una mueca cuando el licor raspó su garganta.
—Tranquilo —dijo Nicolo con una sonrisa burlona—. Así que, esto significa que estás de nuevo en el rodeo. ¿Por qué podría presentarte a algunas amigas?
—No quiero saber nada del amor.
Después del fiasco de su matrimonio no quería volver a enamorarse, no iba a darle el poder a alguien de destruirlo otra vez.
—¿Quién está hablando de amor? Habló de una noche de sexo sin ataduras. —Nicolo subió y bajó las cejas con una sonrisa estúpida en el rostro—. Nadie lo necesita más que tú.
Giacomo ignoró a su amigo, que seguía hablando, y recorrió el lugar con la mirada. Los demás clientes estaban absortos en sus propias conversaciones y parecían estarla pasando bien. Él, en cambio, comenzaba a arrepentirse de haber aceptado la invitación de Nicolo.
Su mirada se detuvo al notar a alguien familiar en la barra. Entrecerró los ojos, tratando de determinar si estaba en lo correcto. De repente, la mujer giró el rostro y él pudo verla mejor, confirmando sus sospechas.
Carmine pareció sorprendida por un breve instante, pero luego le sonrió y Giacomo no pudo evitar sonreír también.
Lo que sucedió el día de la despedida de soltera…Carmine revisó su reloj. Habían pasado exactamente veinte minutos desde la llegada de los strippers. Ellos acababan de acomodarse frente a todas, listos para montar su espectáculo. Una música animada inundó el departamento, y los bailarines comenzaron a moverse. Aunque no era algo que realmente le interesara, Carmine tuvo que admitir que lo hacían bastante bien.No habían transcurrido ni dos minutos desde el inicio del show cuando un grupo de hombres irrumpió en el lugar. Sus rostros denotaban todo menos entusiasmo. Al menos la mitad de ellos parecían listos para matar a alguien. Estaban en verdaderos problemas y probablemente no les quitarían la vista de encima la próxima vez que se les ocurriera hacer una fiesta.Carmine se dio cuenta que era como si las organizadoras de su despedida de soltera hubieran planeado que sus hombres llegaran justo al inicio del espectáculo. Por supuesto que lo habían calculado todo.La música se detuvo de
Carmine miró a su hija a través del espejo retrovisor. La pequeña Constanza observaba por la ventana, su rostro brillaba de entusiasmo y balanceaba los pies como si no pudiera esperar a llegar al destino para salir corriendo.Dejó escapar un suspiro antes de desviar la mirada hacia su esposo.—Ha crecido demasiado rápido. No puedo creer que ya vaya a empezar el jardín.—Tampoco yo —respondió él, con un tono cargado de melancolía.La sonrisa de Carmine se amplió al escuchar el lamento en la voz de Giacomo. De los dos, él era quien peor estaba sobrellevando que su pequeña princesa iba a empezar a asistir al jardín. Él decía que era un recordatorio de que los años no se detendrían y que, algún día, Constanza emprendería su propio camino.Carmine habría pensado que estaba exagerando si no fuera porque, en el fondo, a veces sentía lo mismo. Sin embargo, bastaba con uno perdiendo la cabeza. Así que ella se encargaba de recordarle que aún quedaban muchos años antes de que eso sucediera.Giac
Carmine extendió la mano y acarició suavemente la mejilla de su pequeña Constanza con los nudillos. A sus diez meses, estaba enorme y seguía siendo tan perfecta como el día en que nació.Una sonrisa se dibujó en su rostro al sentir los brazos de Giacomo envolviendo su cintura. No lo había escuchado acercarse, pero sabía que era él; podría reconocerlo incluso en una habitación a oscuras. Él era el único hombre capaz de estremecerla con una simple caricia o una mirada.Reclinó la cabeza hacia atrás, apoyándola en el pecho de Giacomo.—Al verla dormir, nadie imaginaría las travesuras que es capaz de hacer —murmuró Giacomo con un tono divertido.—Lo sé —respondió, mientras su sonrisa crecía.Constanza ya comenzaba a mostrar destellos de la personalidad traviesa que tendría en el futuro. Giacomo solía bromear diciendo que debía prepararse o terminaría teniendo un infarto con las ocurrencias de su hija.Él depositó un beso en la curva de su cuello antes de girarla suavemente. Cuando quedaro
Giacomo se apartó ligeramente de Carmine cuando el sonido de los aplausos y vítores finalmente logró abrirse paso en su mente, recordándole que no estaban solos. Con la respiración entrecortada, mantuvo su frente apoyada contra la de ella, incapaz de apartar la mirada.Carmine estaba deslumbrante. Parecía irradiar una luz propia, un aura resplandeciente que hacía que todo a su alrededor se desvaneciera. La sonrisa que curvaba sus labios reflejaba la suya propia.Ella por fin era suya, oficialmente, después de haberlo deseado con cada fibra de su ser desde el día en que le propuso matrimonio.Necesitaba besar a Carmine una vez más y la multitud a su alrededor no bastó para contenerlo. Sus labios buscaron los de ella una vez más. Esta vez, el beso fue más breve, pero no menos intenso. Al separarse, tomó una de las manos de Carmine, entrelazando sus dedos antes de girarse juntos hacia los invitados.La caminata por el pasillo improvisado se convirtió en un torbellino de abrazos, sonrisas
Nicolo levantó su vaso, atrayendo la atención de todos, y se aclaró la garganta con un gesto teatral. Giacomo, sentado del otro lado de la mesa, se tensó ligeramente, anticipando lo que su amigo iba a decir. Tratándose de él nunca sabía que esperar.—Quiero hacer un brindis por Giacomo y su inminente boda —anunció Nicolo con una sonrisa amplia—. Jamás pensé que volvería a ver a este hombre pasar por el altar por su propia voluntad. Pero, como todos aquí sabemos, basta con conocer a Carmine para entender por qué ha decidido dar este paso.Las risas se atenuaron mientras Giacomo forzaba una sonrisa. Decidió ignorar el comentario inicial de su amigo, prefería no desenterrar los recuerdos de su matrimonio fallido con Arianna. Aquello era parte de un capítulo cerrado que no deseaba reabrir. No podía borrar su pasado, pero si podía concentrarse en su presente y todo lo que traía con él.—Les deseo un matrimonio largo y lleno de felicidad —declaró Nicolo con entusiasmo.Giacomo extendió su va
Carmine se sentía más descansada de lo que se había sentido en muchos días, pero, tras haber pasado gran parte del día lejos de su hija, la extrañaba demasiado.Carmine había llamado a Giacomo en varias ocasiones para confirmar que todo estaba en orden. Aunque confiaba en él y en su capacidad para cuidar de su pequeña, no podía evitar sentirse algo inquieta al ser la primera vez que se alejaba de ella.Su hermana la había llevado primero al spa y luego de compras. En una de las tiendas, un vestido en particular captó la atención de Carmine. Su hermana insistió en que lo comprara y, además, la convenció de usarlo esa misma noche. Enamorada de la prenda, Carmine aceptó su sugerencia. El vestido no era demasiado elegante, así que era perfecto para cualquier ocasión.—Me encantó pasar la tarde contigo —dijo su hermana y le dio un abrazo. —¿No vas a entrar?—No, Angelo me espera.Carmine sonrió al escuchar el nombre del novio de su hermana. —Está bien. Gracias por este día.—Ni lo digas.
Último capítulo