La celebración se preparó con premura, pero el salón principal del castillo lucía espléndido. Las guirnaldas blancas colgaban desde las vigas del techo, las mesas estaban decoradas con flores silvestres y las cocineras habían trabajado todo el día para preparar un banquete digno de una reina. Sin embargo, el ambiente estaba tenso, y no solo por la presencia de la recién rescatada princesa.

Mya lucía un vestido sencillo, color lavanda, que Matilda había encontrado entre las cosas antiguas que tenía. Se sentía incómoda, vulnerable incluso, en medio de tanto alboroto. Alina no se separaba de su lado, como una guardiana silenciosa. Devon permanecía cerca también, con una mano sobre el hombro de su esposa, observando todo con mirada aguda.

—La última vez que tuvimos una cena así fue cuando se firmó la tregua con los Clanes del Norte —comentó Martha, alzando su copa—. Pero esta ocasión es aún más feliz. Mya, querida, es un milagro que estés con nosotros.

Mya sonrió con cortesía y asint