Capítulo 31. Los planes de Soriana
La furia era un incendio en su pecho, quemando cada vestigio de compostura que le quedaba. Soriana se encerró en su habitación, cerrando la puerta con un golpe seco, las manos temblorosas de ira. Caminaba de un lado a otro, los pies descalzos sobre la piedra fría, la mente llena de imágenes que la torturaban: Devon corriendo hacia Alina, alzándola entre sus brazos como si fuera su mayor tesoro.
—Debió haber muerto —susurró Soriana con voz rasposa—. Debiste haber muerto, maldita traidora.
Se dejó caer en la silla frente al tocador, clavando las uñas en la madera, tan fuerte que le dolieron los dedos. El reflejo del espejo mostraba un rostro que apenas reconocía. Sus ojos, normalmente dulces y calculadores, eran ahora un remolino de odio contenido.
Recordó cada paso del plan.
Había encontrado a Keuran en el bosque semanas antes. No había sido difícil. Los exiliados siempre tenían hambre, y ella sabía dónde buscar. Su voz había sido suave, comprensiva. Le habló del honor, de la posibilid