Capítulo 121. Después de la batalla
El campo de batalla olía a hierro y ceniza. La niebla de la madrugada se mezclaba con el humo de las antorchas y el vapor que salía de los cuerpos caídos. El silencio, roto solo por gemidos y el tintineo ocasional de acero, parecía un susurro fúnebre que envolvía a todos.
Devon permanecía de pie, apoyado en su espada. Su respiración era profunda, controlada, pero sus ojos recorrían el panorama con una atención de depredador.
A su alrededor, sus hombres trabajaban con disciplina. Un grupo recogía las armas de los caídos; otro reunía a los heridos, separando a los que podían salvarse de los que no. Más allá, un pelotón llevaba a los prisioneros, la mayoría de ellos Darkfang que habían arrojado sus armas cuando el resto de su manada fue aniquilada.
—Mi señor… —la voz del soldado Rowan se escuchó con respeto—. El recuento preliminar: cuarenta y dos de los nuestros muertos, ochenta y seis heridos graves, la mayoría por mordeduras y cortes profundos.
Devon asintió, la mandíbula apretada.
—¿