Soriana llegó al amanecer, fingiendo preocupación mientras las criadas recogían flores marchitas del patio interior. Con pasos suaves y rostro dolido, cruzó los pasillos de piedra hasta llegar a la cámara principal donde Martha, la madre del Alfa, tomaba su té frente al ventanal, rodeada de papiros antiguos y las sombras de la historia familiar.
—Madre —susurró con la voz medida—. Sé que no me corresponde quejarme, pero ya no puedo callar. Alina ha sido grosera. Me mira con desprecio, me ignora, me intimida delante del personal. Finge cordialidad, pero no quiere que me acerque a Devon.
Martha levantó la vista lentamente. El aroma del té se volvió amargo en su paladar. No era un secreto que esa unión le resultaba incómoda. Aceptó el matrimonio solo porque Matilda, su suegra, insistió en cumplir el pacto sellado años atrás con los Moonlight. Devon había obedecido, sin pasión, sin interés. Sin amor.
Martha tampoco confiaba en Alina. Tal vez por prejuicio, o por ese instinto maternal que aún consideraba a Soriana su verdadera hija, la que había criado cuando los Darkfang mataron a su familia. Su última conexión con su mejor amiga muerta. Su promesa incumplida. Siempre había deseado que Devon se casara con ella. Pero él… siempre se negó.
“No, madre. Soriana es mi hermana. Siempre lo será.”
Una negativa que dolía más con cada repetición.
Pero ahora, con Soriana herida, su instinto protector despertaba.
—Hazla venir —ordenó sin levantar la voz.
Alina entró al salón minutos después. Vestía con discreción, pero con la dignidad intacta. Había presentido esta confrontación desde el momento en que puso un pie en el territorio Blacknight. Sabía que no era bien recibida. Y aun así, estaba lista.
—Princesa —comenzó Martha, sin ofrecer asiento—. Me han llegado ciertos comentarios. Sé que esta situación no es fácil para ti. Tampoco lo es para nosotros. Pero estás aquí por un motivo claro: proteger una tregua. No para generar conflictos.
Alina asintió, midiendo cada palabra.
—Lo entiendo.
—No estás aquí para imponer tu carácter ni tus maneras. Estás aquí para cumplir con un deber. Y si ese deber no puede ser de afecto, al menos que sea de respeto.
La voz de Martha era firme. Ensayada. Pero detrás del tono había una advertencia.
—También escuché que ha habido fricciones entre tú y Soriana —añadió—. Me duele, porque ella ha sido mi hija tanto como Devon ha sido mi hijo. Fue el último deseo de su madre antes de morir, y lo honraré hasta el final.
Alina mantuvo la calma.
—Si ella dice que he sido grosera, lo respeto. Pero no tengo intención de faltarle el respeto a nadie. Solo pido que se me permita conservar mi dignidad.
Martha hizo una leve pausa. Luego bajó la mirada a su costura abandonada.
—Quiero que hagas algo por mí —dijo—. Quiero que prometas que Soriana podrá quedarse cerca de Devon. Que podrá servirle. Estar a su lado.
—¿Servirle? —repitió Alina con cuidado—. ¿Como su asistente?
—Como lo que él necesite —respondió la mujer, sin levantar la mirada—. Ustedes podrían ayudarlo juntas. Él lo necesita.
Alina tragó saliva. El veneno estaba bien escondido entre palabras cordiales, pero era veneno al fin.
—También quiero que sepas —añadió Martha—, que esta unión no tiene otro propósito más que traer estabilidad. No esperamos descendencia. Nadie quiere una mezcla de sangre enemiga.
Fue entonces cuando la princesa Moonlight sonrió suavemente. No con burla. No con desafío. Sino con una calma que hizo que la vieja loba levantara la vista.
—No tengo problema en que Soriana permanezca al lado de Devon si él lo requiere —dijo Alina con tranquilidad—. No está en mí decidir a quién ama, respeta o escucha. Eso es decisión suya, no mía. Si él desea tenerla cerca, yo también lo aceptaré.
Martha apretó los labios, pero no interrumpió.
—Y en cuanto a la descendencia… puede estar tranquila. Su hijo no me ha tocado, ni parece tener intención de hacerlo. Así que no debe preocuparse por lo que considera una “mezcla indeseable.”
El silencio en la sala se volvió espeso. Soriana, que esperaba junto a la puerta con los dientes apretados, sintió la rabia hervir en su garganta. Pero antes de que pudiera intervenir, Martha parpadeó, sorprendida por la frialdad serena con la que Alina había respondido.
La mujer se quedó sin palabras. Fue solo un segundo, pero fue suficiente. Y Alina lo notó. Aprovechó la pausa para inclinar la cabeza con cortesía, girarse con elegancia y marcharse sin decir una palabra más.
Dejó atrás un silencio lleno de tensión. Soriana la fulminó con la mirada y Martha apretó los labios con fuerza. Ambas estaban furiosas.
Pero ya era tarde.
Porque Alina acababa de mostrar algo que ninguna de ellas esperaba: inteligencia. Temple. Sabía cómo responder sin perder la compostura, cómo esquivar una trampa disfrazada de tradición, y cómo enfrentar con dignidad el desprecio sin convertirse en víctima. Con pocas palabras, había dejado en claro que no venía a mendigar amor ni a pelear por un lugar en el corazón de Devon. No necesitaba competir. No necesitaba ganarse nada. Su única lucha era no dejarse romper ni doblegar por los Darknigt.
En ese instante, Martha comprendió que la princesa Moonlight no era un estorbo fácil de doblegar. Y Soriana… sintió por primera vez que no bastaba con estar cerca. Que la amenaza real no era la cercanía de Alina a Devon, sino la forma en que él podría verla si alguna vez abría los ojos de verdad.
Una mujer que no pedía nada.
Una mujer que no exigía amor… pero que, por eso mismo, podía merecerlo.