Capítulo 34. El chivo expiatorio
La mañana amaneció densa, con nubes grises arrastrándose sobre el castillo como presagio de tormenta. La tensión en los pasillos era palpable, y los miembros de la manada murmuraban entre ellos como si esperaran que algo estallara en cualquier momento. Devon se había encerrado en su despacho desde la madrugada, estudiando cada informe, cada detalle del entrenamiento donde Alina casi había muerto. Las piezas no encajaban, y lo que más lo inquietaba era la sensación creciente de que alguien cercano le ocultaba algo.
En la sala del consejo, Matilda observaba el fuego con el ceño fruncido. Había convocado a todos los ancianos. No podían seguir esperando. La situación debía resolverse, para bien o para mal. Alina, aún recuperándose, había pedido estar presente. Devon se lo había prohibido, pero ella insistió. No quería esconderse más. Había visto había sentido la traición, y tenía derecho a enfrentar lo que la manada pensaba de ella.
Fue en ese clima de tensión que Carl apareció.
El Omega