[Donovan]
—Creo que el vino te afectó un poco, Cass —intenté sonar gracioso en un penoso intento por mantenerme cuerdo, pero Cassia y sus movimientos lentos y descuidados no me estaban ayudando mucho.
Cassia. Cassia... Mejor ve a dormir.
No me provoques más.
Después de aquella única vez con ella en mi casa de descanso, nunca imaginé verla así: semidesnuda, en bata de seda, medio ebria, con la mirada de una fiera salvaje.
Un depredador directo hacia mí.
Dispuesta a mover el suelo bajo mis pies sin importarle destrozarlo todo a su paso.
Y ahí estaba.
Tomando ese papel muy en serio.
Cassia Vance se tambaleaba levemente por el exceso de vino, con una sonrisa ladeada y los ojos entrecerrados, escaneando mi cuerpo como si fuera la cena que no quiso comer hace unas horas.
Era una maldita visión.
Mi maldita fantasía.
La bata —de un azul celeste que parecía elegido por el mismísimo pecado— se adhería a su cuerpo como si quisiera contarme todos sus secretos.
Y aunque su intención er