—Vaya… ¿decidiste hacerme caso? —tuve que obligarme a no rodar los ojos en cuanto escuché esa voz. Lo último que necesitaba eran las tonterías de Leila—. Ya no pareces la pordiocera de hace unos días, casi ni te reconozco.
Con cuidado, bajé el tenedor y lo dejé en la bandeja. Lo poquito que me había obligado a comer desapareció al instante con su presencia. Apenas era mediodía, y la cita con el abogado sería en dos horas. Conociendo a Donovan, seguro estaríamos allí media hora antes.
Ni siquiera logré concentrarme bien durante todo el día. Cometí demasiados errores. Varias personas me regañaron e incluso levantaron una queja a Recursos Humanos por mi falta de experiencia. Sin embargo, Max se encargó de que aquello no procediera, ni de que Donovan se enterara, y se lo agradecí con el alma.
También me ayudó a corregir los errores y se quedó a mi lado durante toda la jornada. Aunque Max no tenía conocimiento del vínculo real entre su jefe y yo, ya había tenido suficientes oportunidades p