—¿Me puedes explicar por qué tengo un correo con un video de las cámaras de seguridad donde claramente estás agrediendo a dos de mis trabajadoras? —Donovan giró su teléfono hacia mí, y efectivamente el video de mí lanzándoles el tazón de sopa me saludó sin vergüenza.
Debería tener una copia de eso. Me sentí bastante bien.
Ni siquiera respondí. Seguí revolviendo mi jugo de maracuyá con una pajita, concentrándome en el movimiento del líquido entre los hielos. Donovan gruñó.
Estábamos en un restaurante bastante lujoso; ni siquiera yo había venido alguna vez. Era casi imposible conseguir una reservación aquí, pero Donovan lo logró con una sola llamada. Los dos estábamos en una sala privada, esperando al abogado.
Aún quedaban varios minutos antes de que llegara, así que el regaño era inminente.
Rayos.
—Cassia.
—¿Cambiaría algo si te lo dijera? —respondí con un gesto cansado, lo que hizo que frunciera el ceño.
—¡Por supuesto que sí! —exclamó de pronto, haciéndome pegar un brinco del susto—.