A Brianna se le revolvió el estómago de solo escucharlo, pero él seguía y seguía, metiendo la pata hasta el fondo.
—El que ahora seas la señora Beresford no te da derecho a nada, ¿entendiste? Solo hice esto para sacarme al chicle de mi abuelo de encima y que dejara de fastidiarme la vida. No sé quién eres, ni me importa. Solo procura no meterte en mi camino y estaremos bien.
Aquellas palabras resonaron con tan poca soltura que chirriaron en los oídos de la muchacha. ¿De qué le servía tener una cara tan hermosa, si por dentro era más ego que cerebro?
Resopló con fuerza y rodó los ojos.
—¿De verdad te crees tan especial como para que me importes tú, tu apellido o tu familia? ¡Dios, no, que egocéntrico saliste, Kane Beresford! —exclamó mientras negaba con la cabeza, fingiendo asombro.
—¿Y por qué otra razón lo harías? Tu padre te vendió a cambio de su empresa, ¿no? Ustedes son tal para cual.
Brianna frunció el ceño y se acercó un paso, enfrentado su dureza con aplomo.
—Mire, señor Virgen