Capítulo 5

POV Alaia:

Inevitablemente, mis ojos quedaron atrapados en los suyos, de un vibrante azul profundo, enmarcados por densas pestañas oscuras que contrastaban con su piel nívea. Ese sedoso cabello rubio, como hilos de oro, se veía tan suave que casi deseé tocarlo; largo en la parte superior y perfectamente corto a los lados. Sus facciones eran tan perfectas que parecían haber sido esculpidas por las manos angelicales de un escultor obsesionado con la belleza. Desde la nariz hasta su mentón, pasando por sus labios (no tan carnosos, pero sí bien definidos), todo en él era tan perfecto que ni siquiera la palabra bastaba para describir la abrumadora belleza del hombre frente a mí. Pero...

Es intimidante.

Es tan alto que sentí que podría aplastarme con un pisotón. Mi cuerpo se estremeció involuntariamente al sentir su tacto firme, aunque no violento, sobre mi mentón. Sus ojos recorrieron mi rostro con libertad, pero no pude adivinar sus pensamientos, pues su expresión era completamente neutral.

Ante la intensidad de su mirada, intenté apartar la mía, pero él me obligó a mirarlo de nuevo.

—Interesante... —el silencio se rompió ante su imponente voz y, con esas palabras, apareció una sonrisa ladeada que no llegó a sus ojos—. Quisiera preguntar, Morgan, ¿qué has traído ahora ante mí?

Aunque la pregunta era para otra persona (que se encontraba temblando más que un papel), su mirada no se apartó de la mía. Era como si ambos estuviéramos hipnotizados el uno en el otro.

—S-sé que no es de su gusto, señor —fui capaz de oír la desesperación de Morgan en su voz—. Mis hombres saben que busco a una virgen con... con desesperación y, al enterarse de que esta chica era virgen, me la trajeron rápidamente, pero no sabía que lucía así.

"Así".

Apreté mis labios resecos, sintiéndome avergonzada y con el corazón encogido. ¿Cuánta humillación más debía soportar para que todo esto terminara? Para estos hombres, yo no era más que un adefesio o un objeto de canje.

Era humillante.

El hermoso hombre frente a mí ladeó la cabeza mientras sus ojos seguían recorriendo mi rostro. No sabría cómo describir su mirada, pero sentí que ardía.

—Adelante, Caperucita, dime tu nombre...

¿Caperucita?

—¿C-Caperucita? —las palabras se escaparon de mi boca antes de poder contenerlas.

La sonrisa ladeada que adornaba su rostro se ensanchó, volviéndose más feroz, y se inclinó ligeramente hacia mí. Su repentina proximidad me hizo dar un respingo hacia atrás, pero su agarre me impidió moverme; además...

Me dolía aún la mandíbula.

Contuve un gesto de dolor.

—Así es —susurró peligrosamente cerca de mi oído—. Caperucita, ten cuidado, yo podría ser ese lobo hambriento que te devorará de un solo bocado.

¿Por qué parecía que la situación le divertía?

Su voz baja y muy ronca hizo que mis intestinos se contrajeran y mis mejillas descoloridas adquirieran algo de color, mientras un escalofrío me recorría la espalda. Creí haberme vuelto loca, pero esas palabras no me causaron miedo... no del todo. ¿Por qué esas palabras parecían esconder algo prohibido... y emocionante?

—Alaia —logré articular con dificultad—. Mi nombre es Alaia Evans.

Su intensa mirada seguía clavada en la mía, parecía querer absorber todos mis secretos mientras analizaba la información. Quise contenerme, pero sentí que podría notar mi miedo y mi gran desesperación.

—Muy bien, Alaia... —mi nombre en sus labios sonó diferente, casi como si estuviera saboreando cada letra—. Te voy a preguntar algo muy importante y quiero que me respondas con sinceridad... —su mirada se oscureció y su voz adquirió seriedad, aunque mantuvo su sonrisa—. ¿Qué edad tienes?

¿Por qué era importante saberlo?

Apreté los labios y el miedo me paralizó, pero reuní el valor que no tenía y respondí:

—Diecisiete —respondí apenas audible.

Todo cambió en el instante en que esa palabra salió de mis labios. Su sonrisa se tensó y su gesto se torció en una mueca disimulada. Soltó mi mentón y retrocedió unos pasos.

—Bien. Ya terminamos aquí.

¿Eh?

Estaba confundida y sinceramente asustada porque no sabía cómo esto afectaría mi inestable futuro. Busqué respuestas mirando a mi alrededor, pero los otros hombres también lucían tan confusos como yo.

—Señor, ¿qué...?

—Morgan, Morgan, Morgan... —repitió su nombre de manera lamentable, mientras negaba con la cabeza—. Te lo he dicho cientos de veces, pero de verdad parece que lo que hay en esa maldita cabeza tuya es pura m****a —me estremecí al oírlo tan enojado y los demás parecían tan asustados como yo—. Te dije: no me gustan las niñas —hizo un énfasis aterrador en cada una de sus palabras, mientras gruñía con frustración—. Mínimo debería tener al menos veintitrés años para poder estar en mi cama, pero esta niña... —su mirada cayó en mí—... aún le falta crecer y no estoy dispuesto a esperar más tiempo... Podría enloquecer...

Un momento.

Fruncí el ceño y mi cerebro empezó a trabajar con gran velocidad. Tenía diecisiete años y él decía que debía tener veintitrés para ser "aceptable". Eso significaba que me faltaban seis años para cumplir esa edad. No me malentiendan, de verdad no me emocionaba la idea de "estar" en la cama de este hombre, pero en medio de la desesperación, mi mente empezó a idear insensateces que podrían salvarme de mi otro destino.

—No me sirve —concluyó con un suspiro que emanaba decepción—. Llévatela. Y Morgan, no se te ocurra hacer una broma como esta otra vez —abrí enormemente mis ojos—. ¡Vaya pérdida de tiempo...!

No...

Una reacción fue suficiente para cambiar mi destino.

Mi cuerpo actuó antes de siquiera pensarlo. Fue un impulso desesperado, atrevido, ciego e incontrolable lo que me llevó a tomar una de las manos de aquel hombre al que todos temían. Se sentía áspera, grande, pero sorprendentemente cálida. Una corriente eléctrica me recorrió desde la punta de los pies hasta la coronilla de mi cabeza. Mi impulso lo detuvo en seco y creó en el ambiente una tensión palpable y un silencio sepulcral. Todas las miradas se posaron en mí, pero sin duda la más intensa era la de él.

Todos estaban pálidos y horrorizados por mi osadía, pero no había nadie más sorprendido en ese momento que yo misma. Esto era una locura total, lo sabía, pero esta situación solo se resolvía con una acción de igual nivel de locura.

Tiempos desesperados requieren medidas desesperadas.

Antes de que pudiera pensarlo, las palabras escaparon de lo más profundo de mi garganta:

—Creceré.

Mis palabras parecieron tener un eco ensordecedor que aturdió a todos los presentes. Incluso el hombre frente a mí pareció confundido, entornó los ojos y me miró fijamente. Sabía que se hallaban cristalizados e incluso temblé de miedo, pero traté de mantenerme firme por más miedo que me diera la venidera tormenta.

Estaba desesperada.

—S-sé que no soy de su gusto y que no soy lo que busca... —mi voz tembló, al igual que mi delgada mano se aferraba a la suya como la única cuerda que podía salvarme del abismo—. E-es más, es un atrevimiento el pensar que soy digna... —traté de buscar las mejores palabras—... pero voy a crecer y me esforzaré en gustarle —me atreví a alzar la mirada para verlo directamente a los ojos, y sus ojos ya estaban clavados en los míos—. Creceré hasta ser de su completo agrado.

Ya no había vuelta atrás.

Él no dijo nada, solo me miró inmóvil como si estuviera tratando de descifrar el enigma más misterioso del mundo. No sabía en qué demonios me estaba metiendo, pero era una medida desesperada. ¿Ir a un burdel a ser devorada por incontables hombres sin rostro o jugar la peligrosa carta de esperar seis años al lado de... este "monstruo"?

Sabía que muchas pensarían dos veces, pero no tenía tiempo, y mi última opción me compraba algo de tiempo. Tendría seis años, seis años para pensar en algo y, quizás, encontrar una salida.

Mi destruida apariencia ante este hombre debía lucir patética, tan espantosa y horrible; pero la desesperación pesaba más. Debía verme tan absurda ante este hombre.

Contra todas las predicciones posibles, el hombre sonrió. No era una sonrisa dulce, era más bien una sonrisa lenta y depredadora. No se apartó de mi tacto.

—Vaya, vaya... —su voz era más un ronroneo peligroso—. Creo que es la primera vez que veo a una presa ofreciéndose de manera tan... deseable a un hambriento depredador —su voz se volvió juguetona, aunque mantuvo su seriedad—. Un ángel no busca el infierno para residir...

—No soy un ángel...

—Pero yo sí soy un demonio —sonrió con malicia, haciendo que me estremeciera—. No estás entendiendo la magnitud de la jaula en la que quieres entrar, Caperucita...

—Explíqueme y yo le entenderé —le pedí casi suplicante.

Solo me faltaba arrodillarme para suplicarle.

Esta era mi única salida y, a la vez, mi más grande condenación. Tenía que elegir entre dos infiernos cuál ardería menos. ¿Sería una decisión correcta?

Él no dijo nada más, solo me miró con esos ojos azules intensos, llenos de preguntas y curiosidad. Casi parecía querer absorberme.

—¡Esta chiquilla osada!

Ese grito furioso me asustó tanto que solté la mano del hombre como si quemara mi piel. Era Morgan, el hombre cruel que me trajo hasta aquí.

Asustada, observé a Morgan, quien me miraba con clara indignación y furia. Parecía que fuera a explotar.

—¡Señor, me llevaré a esta insolente y le enseñaré una lección!

Mi rostro perdió todo rastro de color y entré en pánico al verlo tan molesto. No creí que Morgan fuera más aterrador que el hombre frente a mí, pero era más violento y ya me había amenazado con lanzarme a un burdel.

Morgan dio un amenazante paso al frente, pero, con solo un gesto de su mano, el hombre intimidante lo detuvo en seco, congelando su furia.

De inmediato, el hombre frente a mí (del cual no sabía su nombre) volvió a tomar mi mentón con firmeza, obligándome a verlo de nuevo. Sus ojos casi atravesaron los míos.

—Mírame, no desvíes tus ojos de los míos, Caperucita —me ordenó suavemente—. Quisiera saber una cosa que ha estado dando vueltas por mi mente... —mi ceño se frunció, pues sus palabras me extrañaron—. Esos moretones en tu mandíbula tienen una forma irregular... ¿Quién te los hizo?

¿Moretones?

El momento en que Morgan me tomó bruscamente de la mandíbula llegó a mi mente. No sabía que me habían quedado moretones, pero no era de extrañar porque fue muy brusco conmigo.

Apreté los labios y no supe si debía responderle, porque vi algo peligroso danzar en sus ojos. Sin querer, mis ojos se movieron hacia Morgan, quien lucía pálido y asustado.

—No, no, no, Caperucita... —el hombre frente a mí me hizo verlo de nuevo—. No desvíes tus ojos de los míos —me repitió esa orden con la misma suavidad—. ¿Fue Morgan?

Su voz se volvió más venenosa, aunque conservó su suavidad. ¿Por qué sentí que estaba apuntando a alguien con un arma? Pero creí que tenía que responder.

Asentí lentamente porque no me atreví a responder con palabras. Su mirada se oscureció hasta el punto de sembrar el miedo en mi pecho.

—S-señor...

—Cállate, Morgan —espetó con brusquedad, sin mirarlo porque sus ojos yacían clavados en los míos—. Después arreglaremos cuentas —mi corazón tembló al pensar en cómo "arreglarían" cuentas—. Ahora, volviendo a lo importante, Caperucita, ¿sabes lo que significa ser "una mujer de Bastian Lombardo"?

—¿Bastian Lombardo? —ese pensamiento se escapó de mi boca.

Una sonrisa abierta adornó su rostro como un lobo mostrando sus colmillos.

—Ese soy yo —me respondió con esa sonrisa casi de satisfacción—. Si te acepto, pasarías a ser una de mis mujeres. Serías completamente mía... —un pálpito se alojó en mi pecho al oír esa posesividad y me inquieté al ver cómo su sonrisa se desvanecía—. Y nadie, absolutamente nadie, toca a una mujer de Bastian Lombardo.

Una mirada feroz se posó en sus ojos, que se desviaron brevemente al costado, y supe que estaba mirando a Morgan, que ahora debía estar temblando de miedo con esas palabras cargadas de amenaza. Ahora este hombre se veía más que aterrador. Pero hubo algo que llamó mi atención: él dijo "mujeres" en plural. ¿Quería decir que había más?

—Cuando un bastardo se atreve a tocar algo que es mío, mato al desgraciado sin dudar y, dependiendo de la situación... —esa mirada se volvió tan sombría, eclipsando la luz que en ella había—... le doy un castigo ejemplar a la mujer.

Apreté los labios con mi mirada teñida no solo de miedo, sino de lo riesgosa que era la situación en la que me estaba metiendo. Esto era mucho más peligroso de lo que imaginé, pero el destino que me esperaba era peor que la muerte si desistía en ese momento.

Él continuó hablando en tono pausado, pero profundo y firme.

—Te encerraré en una jaula de cristal, te encadenaré a mí con cadenas de oro y brillarás solo para mí. Vivirás encerrada en mi harén y solo saldrás en mi compañía —una pequeña sonrisa se posó en sus labios—. Serás solo mía y cumplirás cada uno de mis deseos. ¿Entiendes eso?

Perdería mi libertad.

Miré directamente aquellos orbes azules, tan profundos, que prometían encierro y posesión. Él quería una entrega absoluta. Dudé seriamente en qué hacer; dentro de mí chocaban gemelas tormentas, creando un caos total en mi interior.

El silencio que se posó en el lugar era, de algún modo, ensordecedor. Los latidos de mi corazón resonaban en mis oídos.

—Soy un hombre terrible, Caperucita —admitió, mirándome a los ojos por largo tiempo—. Soy lo más parecido a un monstruo que conocerás en toda tu vida. Un demonio feroz que te arrastrará a un infierno del cual jamás podrás salir. Seré el dueño absoluto de todo lo que tenga que ver contigo. Todo se hace según yo lo decida, pero esta es una ocasión especial, así que te pregunto... —su agarre sobre mi mentón se afirmó y su sonrisa creció como un depredador que ya tiene en sus garras a su presa—. Sabiendo todo a lo que te expones, ¿me entregarás todo de ti y serás completamente mía, Caperucita? ¿Estás dispuesta a arder en mi infierno?

Sentí que estaba entregando mi alma al diablo.

Abrí la boca para hablar, pero sentí que había perdido la voz. Estaba pactando con el diablo, lo sabía, pero... yo quería vivir.

Mi vida había sido tan amarga hasta ahora, ¿no era justo que tuviera un poco de dulzura? Era una apuesta peligrosa, pero para mí era un destino peor quedar atrapada en un burdel. Este hombre, aunque peligroso, me estaba dando algo que los otros no: tiempo.

Tiempo para pensar en una salida.

No sabía si esta era la decisión correcta, pero...

—Está bien, estoy dispuesta a pertenecerle —respondí luego de un breve silencio—. Seré... suya.

La sonrisa voraz en su rostro no se hizo esperar. El depredador había reclamado y atrapado a su presa. El brillo en su mirada era triunfal, como si estuviera satisfecho con mi respuesta.

—Bien, Caperucita —apreté los labios al ver ese brillo en sus ojos—. Desde ahora y hasta que yo lo decida... serás solo mía.

Aposté mi libertad para ganar tiempo, y ese tiempo decidiría si...

Podía escapar de todo esto.

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