POV Bastian:
Actualidad...
Eso fue lo que pasó hace unos días, apenas llegué aquí. Hoy, Morgan trajo a mi mansión una rubia preciosa con senos provocadores y ese cuerpo que gritaba pecado en cada centímetro de su piel. Fue entonces que soltó la mentira más grande del año: "Es virgen".
Si ella era virgen, yo era más que un santo.
La verdad, no había que ser un genio para percibir tan grande mentira. ¿Esa mujer era virgen? ¿Una mujer así? Nada más en su precioso rostro se veía su experiencia. Esa mirada llena de seguridad y sensualidad no era la de una virgen inexperta. No, era la mirada de una mujer devoradora de hombres.
Esa mirada me prometía mil perversiones y me aburrí de tanto deseo incluso antes de tocarla. Fingí ser tonto y caer en ese engaño.
Me acosté con ella, pero ella ya apestaba a decenas de cuerpos ajenos. Nunca he profanado la inocencia de una mujer, pero sé mucho de las mujeres con experiencia, y esa rubia, vaya que la tenía. Sus movimientos en la cama eran celestiales. Toda una veterana, sin una pizca de la inexperiencia que yo anhelaba. Ni siquiera se esforzó en fingir dolor en el momento de la penetración. Todo tan absurdo. La mentira me aburrió y me hartó hasta la médula.
Me tenía hasta los cojones.
Todo acabó de forma abrupta. No deseaba continuar con una farsa que apestaba a m****a. Las quejas y berrinches de la sensual rubia inundaron el aire, haciéndome sentir irritado; era como tener un mosquito cerca del oído. Llamé a Morgan lo más rápido posible. Morgan llegó asustado, podía ver el miedo en su semblante, danzando en sus ojos y, sin dudarlo, le disparé a la irritante rubia que me tenía hasta la coronilla.
De esa manera quedó su cuerpo. Inerte en la cama y manchando con su asquerosa sangre las sábanas. Creo que se ve más atractiva así.
Por otra parte, el idiota de Morgan yace arrodillado a mis pies, mientras tiembla y balbucea palabras sin sentido.
—E-ella me aseguró que era virgen... —titubea al hablar con su voz invadida de miedo.
Una carcajada rasposa y sin gracia se escapa de lo más profundo de mi garganta y niego con la cabeza. Esto parece toda una comedia.
Una triste comedia.
—¿Y tú le creíste? —me burlo de su idiotez, y la diversión baila en mi mirada—. Créeme que, aunque tu estupidez me parece graciosa, me estás colmando la paciencia...
—¡Deme una oportunidad más! —me suplica desesperado, arrastrándose como un gusano—. Estoy seguro de que en unos días más voy a encontrar a la mujer que busca...
¿Qué debería hacer?
Observo desde mi altura a esa rata temblorosa y asustada. Estoy seguro de que si le ordenara lamer el suelo por donde piso, lo haría. Su rostro aún conserva las magulladuras de hace días y alguna que otra venda cubriendo sus heridas.
Me siento harto de todo esto, sé que debería terminar con él y seguir mi camino. Pero... ¿dónde estaría la diversión?
Morgan merece entretenerme con su sufrimiento.
Una lenta sonrisa se extiende por mis labios. Esto será aún más divertido.
—Dos días —sentencio con severidad y él abre sus ojos con pánico—. Tienes dos días para traer ante mí una mujer de mi agrado —lo veo dudar y la desesperación es visible en su semblante— ¿Qué prefieres? ¿Me entregas tu vida? ¿O me traes eso que deseo?
Lo veo tragar difícilmente, mientras la duda todavía danza en sus ojos, pero no tarda en ceder y asentir con frenesí. Sabe que mi paciencia y mi piedad tienen límite.
La sonrisa en mi rostro crece, pero no es una sonrisa de alegría. Es una sonrisa cruel y despiadada. Él está cavando su propia tumba.
—Ahora vete —le ordeno, dándole la espalda—. Quiero estar solo.
Dejo mi arma en una mesa cercana. Escucho a mis espaldas los apresurados pasos de Morgan, el sonido de la puerta al ser abierta para finalmente ser cerrada nuevamente.
Mi mirada se dirige de nuevo hacia la mujer muerta en la cama. Por fortuna, esta no es mi cama. Ninguna mujer tiene el privilegio de bañar mi cama con su olor y dejar sus huellas en el lugar donde descanso; ni siquiera las mujeres que ya son mías tienen ese derecho.
Suspiro con cansancio y tomo mi teléfono llamando a uno de mis hombres.
—Señor... —responde de inmediato.
—Trae al equipo de limpieza —ordeno con fría calma, mientras salgo de la habitación de invitados—. Una rata mugrienta infectó la habitación de invitados con un hedor insoportable.
—Como ordene, señor.
Cuelgo la llamada y me dirijo hacia mi propia habitación. Un aroma familiar me recibe, pero la frialdad del lugar es evidente. Raras veces visito este lugar, por eso se siente tan vacío.
No pierdo tiempo y agarro una de las botellas de whisky que allí se encuentran. Sirvo un generoso trago de ese líquido ambarino y lo tomo de un solo trago. El líquido raspa mi garganta en su descenso, quemando un poco a su paso. La soledad absoluta me abraza, al igual que la oscuridad que muchos consideran "aterradora".
Sí, siempre ha sido así.
Camino hacia el ventanal y observo a través de su cristal. Un enorme y oscuro bosque se extiende rodeando toda la mansión. La soledad de un gobernante es infinita.
Nací para estar en la cima, nací para mandar e implantar el miedo en el corazón de todos. Nací para tenerlo todo. Nunca se me ha negado nada, todo lo que he querido ha sido mío.
Quizás ese es el puto problema.
La emoción en mi vida ya no existe. No es divertido. Todo es mío, todo me pertenece, y eso le quita la diversión a todo. Siento que algo me falta, algo que es esencial.
Poseo mujeres hermosas, más allá de la imaginación de cualquiera. En sus hermosos cuerpos busqué eso que anhelo, fueron sus gemidos las voces que pensé que calmarían la tormenta que hace estragos dentro de mí; pero en ellas pude encontrar solo placer. Un aburrido y monótono placer.
Esta vacía e irritante sensación me persigue desde hace meses. No hay chispa en mi vida. Fue cuando, en una noche de copas, un conocido cercano, entre la embriaguez, me confesó que había profanado el cuerpo virgen de una mujer. Él lo describió como "el paraíso".
La verdad, me gustan las mujeres experimentadas porque ellas ya saben lo que tienen que hacer; la inexperiencia y torpeza de una novata siempre me resulta molesta porque hacen todo mal.
Pero, sinceramente, eso que dijo ese tipo encendió más que mi curiosidad. Algo que nunca ha sido mío, algo que no tengo. ¿Cómo sería poseer un cuerpo que jamás fue probado por otra persona? ¿Cómo sería ser "el primero"?
Esa curiosidad inmediata mutó hasta transformarse en una obsesión fervorosa. Esa necesidad me devoró y emprendí mi búsqueda, pero no ha habido resultados satisfactorios. La mayoría de chicas vírgenes son unas mocosas, niñas que no despiertan en mí el más mínimo interés. Quiero encontrar una mujer hecha, deseable y, sobre todo... pura.
Que sea solo mía.
Esa búsqueda febril me ha llevado a las puertas de la locura. La frustración me ha arrastrado a un infierno, un infierno en el que ya nada me satisface. Mis mujeres que yacen debajo de mí retorciéndose de placer ya no son capaces de calmar esta sed. Me quema por dentro una sed voraz que enciende ese deseo ardiente que arde bajo mi piel. Quiero poseer un cuerpo que jamás ha sido tocado por otro; me consume la locura, pero el objeto de mi deseo no aparece.
¡Maldición!
Masculló una maldición en medio de un resoplido. Bajo mi mirada. Dejándose ver a través de mi bata de baño, puedo ver mi miembro erecto dolorosamente. A pesar de que acabo de tener sexo, no pude sentirme satisfecho, y eso me hace sentir una mezcla de cabreo y excitación. Un cóctel tóxico.
Tengo que encontrar a la mujer que busco, y rápido. ¡Joder!
En ese momento, el silencio se fractura de manera abrupta con el sonido de mi teléfono. Me asomo con desinterés para ver en la pantalla iluminada de quién se trata. Vaya sorpresa. Arqueo las cejas.
¿Morgan?
Mi semblante se distorsiona por una mueca de desagrado. ¿Qué puede ser tan urgente para que este maldito imbécil me llame cuando acaba de salir de aquí? Pienso en no contestar, pero la curiosidad me mueve.
¿Qué nueva idiotez estará planeando?
Respondo la llamada.
—¿Qué demonios quieres, Morgan? —respondo en medio de un gruñido impaciente.
Tengo que apartar el teléfono de mi oreja al oír ese chillido irritante y gutural similar al de un cerdo en el matadero a través de la línea.
—¡Joder, Morgan! —mi voz es baja, pero está completamente cargada de amenaza—. Espero que lo que tienes que decirme sea urgente, pues recuerda que una de mis balas lleva tu nombre.
Un silencio profundo se instala en la línea telefónica ante mi clara amenaza. Hasta aquí siento su miedo, incluso llego a creer que se había colgado la llamada, pero después lo oigo carraspear. Créeme que en este momento no estoy para sus malditos juegos...
—La encontré...
Esa confesión que oculta esperanza hace que me detenga en seco. Mi ceño se frunce inevitablemente y una ligera emoción expectante me recorre.
—¿Qué encontraste? —pregunto, aunque la idea de lo que podría ser se abre camino en mi mente.
Pero es demasiado bueno para ser verdad...
—Su mujer... su mujer virgen está en camino, señor... —responde con su voz bañada en alivio y en una inútil esperanza—. Pronto estará en su poder.
Entrecierro mis ojos y miro de nuevo el oscuro bosque. ¿Está engañándome otra vez? Esto podría ser un vago intento para salvar su inútil pellejo, puede que lo sea, pero...
Una sonrisa lenta, cruel y despiadada empieza a extenderse por mis labios. Una corriente eléctrica me recorre, haciendo que mi inexistente corazón bombee emocionado. Hace mucho que no sentía una emoción tan intensa. Anticipación.
Esto será... jodidamente divertido.