Gema
Un golpe suave, pero firme, resuena en la puerta y me hace despertar de golpe. Parpadeo, desorientada; la habitación está completamente a oscuras y ni siquiera recuerdo en qué momento me quedé dormida.
Y entonces lo huelo.
Ese olor inconfundible, es él…
Mi loba se despereza e incorpora de inmediato, impaciente, empujándome desde dentro para que me levante y abra la puerta.
Me giro hacia el reloj de la mesilla.
Las tres de la mañana.
Un escalofrío me recorre la espalda: ¿Qué hace Leonardo aquí a estas horas?, susurro para mí misma.
Y más aún después de la conversación incómoda que tuvimos… o mejor dicho, después de todo lo que quedó sin decir.
Pero vuelve a tocar. Un golpe más corto, contenido, como si no tuviera fuerzas para insistir. Estoy empezando a preocuparme, así que me doy prisa.
Abro y la luz tenue del pasillo cae sobre su rostro marcado por las sombras y cuando logro verlo mejor no puedo evitar dar un pequeño grito, que queda amortiguado por mi propia mano. Las