Leonardo
Desde mi despacho, la quietud se siente falsa, casi ofensiva. Tengo documentos abiertos frente a mí, pero no logro concentrarme: la situación de Bel me martillea la cabeza. Y entonces, inevitablemente, pienso en Gema. En su mirada atenta durante la ceremonia, en cómo captó antes que nadie que algo iba mal.
Me pregunto qué estará pensando ahora, si estará bien…
Alguien toca la puerta y cuando me doy cuenta que es ella quien cruza el umbral, mi cuerpo se relaja por sí solo.
Ella me saluda nerviosa y se queda de pie.
—Buenas noches, señor.
La saludo con la cabeza y le digo:
—¿Pasa algo?
—No me dejan visitar a Bel, y me preguntaba...—traga salivay me mira con ojos suplicantes—. Me gustaría saber lo que está pasando…
Se lo cuento todo, sin omitir nada, desgranando cada detalle como si al hacerlo pudiera encontrar una salida que aún no veo. Mientras hablo, observo cómo su expresión cambia: primero nerviosa, casi intentando mantener la compostura… pero poco a poco