Leonardo
Me está volviendo loco. No le hice daño, ¿Porque debería disculparme?
Tranquilízate. No eres un adolescente que se enfada porque le insultan. Si supiera el modo en que se forja a los primogénitos en la casa Rosedale, no se atrevería a decirlo.
—¿O qué? —me desafía, levantando la barbilla con un gesto insolente.
—Como tu supervisor, puedo castigarte. Y créeme, no seré indulgente.
Sus labios se entreabren, muda por un instante. Veo cómo un escalofrío le recorre la piel, apenas perceptible, y carraspea enseguida, forzando un cambio de tema.
Eso me gusta más de lo que debería admitir. Mi entrepierna cobra vida.
—Y a ti, ¿quién te castiga? No creo que a la Orden le parezca bien que un miembro entre sin permiso al dormitorio de otro.
Me río sin apartar los ojos de ella.
—¿Castigarme a mí? Yo soy la Orden.
El aire entre nosotros se vuelve más denso. Su barbilla sigue erguida, pero sus ojos titilan, indecisos entre la furia y algo que no sé descifrar.
—Qué conveniente —