Alessia y los niños se marcharon. Entonces Matthew abandonó su sitio en la mesa y se acercó a Renata.
—Hablemos en privado.
—Matthew, yo… no tenía idea, esto es…
—Ahora —ordenó el hombre y la tomó del brazo sin muchas delicadezas, estaba furioso. Si no fuera por Alessia, no tendría idea de qué hacer.
—Pueden usar mi estudio —dijo Renaud con una sonrisa y luego habló a sus invitados—. Disculpen la interrupción, asuntos familiares. Todavía falta un plato más.
Matthew dirigió una mirada llena de rencor a su hermano. Nunca lo creyó capaz de hacer algo como eso.
Renata y él se dirigieron al estudio, que resultó ser una habitación a un costado de la sala decorado con lujosos libreros que ocupaban las paredes enteras y un sofisticado escritorio frente al ventanal del fondo.
Matthew cerró la puerta y giró lentamente hacia la mujer que le arrancó tantas lágrimas con su partida. Era difícil comprender su abandono, más cuando éste implicaba a sus hijos, y por fin podría obtener respuesta a toda