Estoy encerrada con esta mujer, tengo tantas preguntas, pero a la vez tengo tanto odio.
Veo que me mira atentamente. Pienso en todas las cosas que pasé por culpa de esta mujer.
—Anabela —me dice la mujer, volteó a verla—. Eres muy hermosa, te pareces a mí.
—Por desgracia —¿por qué tuvo que decir eso? Solo hace falta que me enoje más y más.
—Sé que estás muy enojada conmigo —continúa hablando y la interrumpo antes de que siga.
—Lo que me sigue de enojada. Tengo ganas de matarla —le gritó enojada.
—Déjame explicarte todo —continúa. Y sé que aunque me diga que no lo haga, lo va a hacer.
—Piense bien sus palabras y no se le ocurra ocultarme nada o la mataré aquí mismo —le digo amenazándola.
—¿Qué es lo primero que quieres saber? —Eso me hace enojar más.
—Por mí no quiero saber nada, todo está más que claro: abandono a sus hijos por estar con el padre de Mateo y uso a otro hombre para fingir con mi padre que su amante era el padre de Dante. Por usted es que sufrí todo esto. —Le enseño las